Llegada.

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El camino había sido largo.

Hacía más de una semana que habían dejado atrás las costas que la habían visto nacer. La playa, con su atmosfera pegajosa y el sonido ininterrumpido de las gaviotas, dejó paso, casi con pereza, a la foresta. Al principio, Prudence Anderson había disfrutado del paisaje. Nunca se había alejado mucho del suave arrullo de las olas, por eso, durante los primeros días de viaje, contempló arrobada la gran gama de tonalidades que los bosques que bordeaban el camino ofrecían. Se entretuvo admirando lo distintas que eran las hojas de este gran árbol a las de aquel pequeño, tratando de vislumbrar escurridizos zorros que salían corriendo cuando oían las ruedas del carro, preguntándose cómo se llamaría aquella flor que nunca había visto antes.

El amable abuelo que se había ofrecido a llevarla en su carro, también la entretuvo al principio, contándole batallitas o historias del lugar al que se dirigían. Prue lo había escuchado amablemente, murmurando de vez en cuando un "sí", un "no me lo esperaba", o un "¡vaya!".

Sin embargo, conforme los días pasaron y Prue se hubo acostumbrado a la visión de aquellos colosos verdes, se encerró en un mutismo ensimismado del cual ni aquel pobre anciano logró hacerla salir, por lo que terminó optando por callarse.

Y es que, una vez pasada la novedad, la pena volvió a reclamar aquel hueco en su corazón que nunca se había dignado a abandonar del todo.

Se había repetido mil y una veces que aquello era lo mejor. Alejarse de los recuerdos dolorosos todo lo posible, sin mirar atrás. De modo que, en cuanto hubo ahorrado el suficiente dinero, se compró una casa en el lugar en el cual había nacido su abuela, Grace. Le había parecido realmente acertado. Era un pueblo que se encontraba a dos semanas del suyo en carro, con pocos habitantes, según le habían contado. Así quizá pudiera descubrir sus raíces.

Al fin y al cabo, su padre nunca hablaba de su madre, Sophia, ni de la familia de esta.

Y no era porque Prue no hubiera intentado arrancarle algún recuerdo, alguna confesión, sino porque parecía que él hubiera hecho voto de silencio con respecto a ese tema.

Todavía recordaba su reacción cuando ella le dijo que se marchaba:

-Me voy, padre.

-Prue, estás precipitando las cosas. No tienes por qué irte.

-Sí debo –respondió ella. Había cierto tono rebelde en su voz-. Después de lo de madre... y de lo de Edgar... La gente ya no me trata igual.

Su padre había mirado hacia otro lado, incómodo.

-Se les pasará, hija mía. Sólo tienes que pensártelo un poco...

-Ya me lo he pensado. No te estoy pidiendo permiso, padre. Me voy.

-¿Y qué ocurrirá con la casa de la familia? Alguien debe ocuparse de ella.

Prue se encogió de hombros.

-¿Y a dónde piensas irte? –preguntó entonces su padre.

-Al pueblo de mi abuela. Madre siempre hablaba con cariño de sus días allí.

-No puedo permitírtelo, Prue. Ese sitio –pareció darle un escalofrío-, ese sitio está lleno de brujas.

Prue había sonreído. Su padre siempre había sido muy crédulo con ese tema.

-Si tanto temes por mí, ven conmigo, padre.

-No puedo. ¿Y tu madre? Alguien debe cuidar su tumba. Si quieres irte, hija mía –dijo, al darse cuenta de que Prue no cambiaría de idea-, vete. Pero no me pidas que vaya contigo. Solo te pido que hagas honor al nombre que tu madre tuvo a bien darte, y que seas prudente.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora