Superficial.

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Alexander Patíbulo se encontraba tirado en el suelo del salón, sin más compañía que la de la botella de whiskey y la del cuadro que presidía la estancia. Hacía un calor sofocante, más propio del verano que de la estación en la que se encontraban.

A pesar de que le daba frecuentes tragos a la botella, esta no le ayudaba a que la sensación de agobio disminuyera. Tampoco le ayudaba a olvidar el hecho de que él había matado a Rebecca. Ajusticiado, se corrigió un segundo después, tratando en vano de olvidar la horrible mueca que se había quedado en el cadáver de su tía.

La triste verdad era que desde el día de la ejecución de Rebecca él había permanecido poco tiempo sobrio. Todo lo que había hecho era sentarse delante de aquel cuadro lleno de polvo y beber, beber, beber. ¿Cuántos días habían pasado ya? ¿Dos, tres? ¿Una semana? No lo sabía.

A veces, durante un momento, llegaba la incómoda pregunta: ¿para qué demonios bebía? Sin embargo, si trataba de evadirla el tiempo suficiente, siempre acababa marchándose perezosamente, igual que el humo de los cigarros se escurría perezosamente por debajo del quicio de las puertas. Sin embargo, en cuanto los segundos, los minutos, las horas y los días lo aplastaban como losas, un par de besos del licor abrasador en la garganta bastaban para librarse de aquella horrible sensación.

Unos golpes en la puerta, un grito que decía algo así como: "¡Alex, entro, eh!", y Elizabeth se encontraba en la sala.

-¿Qué haces ahí tirado? –preguntó. Parecía preocupada, pero a él no le importo.

-Beber –dijo, levantando la botella.

Elizabeth se sentó con cuidado junto a él y se quedó durante un rato en silencio, mirando la pintura que retrataba a Patíbulo y su familia.

-¿Qué haces aquí tú, Elizabeth?

-Por Dios, Alex, te he dicho que me llames Liza cuando estemos a solas.

Patíbulo asintió y dio otro trago, antes de decir:

-¿Y bien, Liza? ¿Qué haces aquí?

Elizabeth suspiró y apoyó la cabeza contra la pared. El cabello dorado destelló cuando los rayos del Sol que entraban por la ventana lo acariciaron.

-Quería preguntarte si conoces a un tal Philippe Lenoir.

Philippe era un joven de sonrisa despierta y ojos azules.

-Sí. Lo he visto alguna vez en la taberna. ¿Por qué?

-Lo han comprometido con mi hermana.

Patíbulo se encogió de hombros y dio otro sorbo.

-No parece mal hombre.

-¿No? Pues deberías ver a su familia. Son una panda de paletos.

-¿Te preocupa que le den mala imagen a tu familia?

Elizabeth soltó una risita amarga.

-No. Me preocupa que Martha no se enamore.

Aquello cogió desprevenido a Patíbulo. Elizabeth parecía una chica superficial y cruel con los que no eran de su condición: lo que se esperaba de una chica con dinero. De hecho, Elizabeth solía ser superficial y cruel. Pero parecía que con respecto al amor y lo que aquello implicaba, ella era diferente. Cuando veía a un hombre no tanteaba sus posesiones, sino si podrían ser felices juntos. Probablemente se debía al matrimonio de sus padres.

Todo el mundo sabía que no se soportaban. El día de la boda se habló tanto de ello...

Victoria por entonces tendría la edad de Martha. Era la doncella más hermosa del pueblo y no regalaba sus sonrisas a cualquiera. Todos los hombres querían desposarla. A veces Patíbulo se sorprendía de lo mucho que se parecían la historia de Elizabeth y la de Victoria.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora