Dama.

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Un nuevo rayo iluminó el cielo.

Martha gritó y se encogió en medio del camino, como una niña pequeña, pero Prue no se dio cuenta hasta que no la hubo dejado atrás. Cuando se percató, lanzó una maldición entre dientes, y volvió a por ella.

-¡Martha! ¡Vamos! ¡No podemos quedarnos aquí en medio, es peligroso!

Sin embargo, la joven rubia no reaccionó, por lo que Prue la agarró del brazo y tiró de ella hasta que se levantó y de nuevo estuvieron las dos corriendo por el camino.

Sus gritos de terror se confundieron con los truenos, tropezaron repetidamente con guijarros y ramas, pues tan pronto como el cielo estaba en total oscuridad, el chispazo de un rayo hacia que pareciese que era de día. Las gotas de lluvia se le metían en los ojos y la impedían ver, y el viento tiraba de ellas hacía atrás.

Sin embargo, de alguna manera, consiguieron llegar a la finca de los Williams sin mayores daños que los de un par de rasguños en manos y rodillas por las caídas, o que los de un par de cortes en la cara ocasionados por las ramas de los árboles que no pudieron esquivar.

Corrieron por la calzada de piedra que llevaba de los muros exteriores hasta la mansión de piedra blanca como si la vida les fuera en ello pero, para sorpresa de Prue, no entraron por la puerta principal, sino que Martha la condujo a un lateral del caserón y le indicó que se pegara a la pared.

-¿Martha? –Gritó Prue, tratando de hacerse oír por encima del ruido de la tormenta- ¿Qué hacemos aquí paradas?

-¿Cuántas veces tengo que decírtelo? –Chilló a su vez. Sin embargo, parecía más calmada, como si los muros de la mansión le proporcionaran tranquilidad-. ¡No tengo permitido salir!

-¿Y vamos a quedarnos aquí para siempre?

-¡Déjame pensar! –Martha se separó del muro y observó las paredes y las ventanas del caserón, probablemente para comprobar en qué estancias había luz y trazar el camino más seguro hasta su cuarto-. ¡Vayamos por la puerta de servicio! ¡Sígueme!

Prue obedeció y la siguió corriendo. Rodearon la casa y llegaron a una pequeña puerta de algún tipo de madera clara que se encontraba casi escondida tras un melocotonero. Martha se echó la capucha hacia atrás y empujó la puerta con el hombro, hasta que logró abrirla. Luego, cerró tras de sí.

Prue se quedó quieta junto al melocotonero, indecisa. ¿Debía entrar o esperar algún tipo de señal?

Finalmente, la puerta se volvió a abrir. Martha la sostenía, ya sin la capa rosa sobre los hombros, y mientras echaba un preocupado vistazo al fondo de la estancia, le hizo una señal para que entrara.

-¡Date prisa! –susurró, nerviosa-. Tituba llegará en cualquier momento.

-¿Quién?

-La criada de mi madre. Es una chismosa –explico, mientras cerraba la puerta tras Prue y le quitaba la capa de los hombros-. Necesito que te quedes aquí mientras te busco algo de ropa.

-¿Qué? -Prue se abrazó a sí misma- ¿Y si viene alguien?

-Te escondes. No tardaré mucho. No hagas ruido y no te muevas –ordenó, y salió a paso ligero por la puerta.

La estancia, alargada y oscura, contaba con una gran mesa de madera como único mobiliario. El resto de ella, rebosaba de sacos de comida, principalmente patatas y otras hortalizas, aunque también encontró fruta. A pesar de que se le hizo la boca agua (en su casa se limitaba a comer insípidas sopas de apio y zanahoria) no se atrevió a coger nada. Por el contrario, se acercó a la mesa. Sobre ella, había un montón de papeles, un tintero y una pluma. Con cuidado de no desordenar demasiado, les echó una ojeada, y en silencio agradeció a su madre que hubiera tenido a bien enseñarla a leer.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora