Libro.

1.4K 130 13
                                    

La voz de su padre siempre había sido, al menos desde que ella tenía uso de razón, profunda, cavernosa. Parecía sacada de una época distante, o al menos eso le parecía a Elizabeth, aunque el tono de voz de su padre dependía mucho de su estado de ánimo. Cuando estaba con alguna de las rameras que lo visitaban sin pudor, se convertía en un tono oscuro y algo empalagoso. A Elizabeth le recordaba vagamente a los lodazales de los bosques. Cuando estaba enfadado sonaba afilada. Como cristales rotos, pensaba su hija.

Aquel día sonaba justo a cristales, aunque mezclados con algo más. Sonaba como si hubiera embadurnado los cristales con una miel resbaladiza y desagradable, y Elizabeth supo que estaba borracho. No se preocupó en bajar de su cuarto para cerciorarse de que su padre estuviera bien. Sabía que cuando su voz sonaba de aquella manera, lo mejor era esconderse. De niña se ocultaba bajo las sabanas, temblando. Ahora simplemente permanecía en su cuarto, fuera de su alcance.

Quizá era cruel dejar que su madre lidiara sola con las borracheras de su padre, pero a Elizabeth no le importaba. Ya no.

Unos suaves golpes en la puerta la distrajeron un momento.

-¿Qué? –preguntó, sin demasiada educación. Sabía que su madre estaría enfrentándose a su padre, así que sólo podía tratarse de Martha o de Tituba. No tenía inconveniente en ser brusca con ellas.

La puerta se abrió lo suficiente para dejar ver los ojos marrones de su hermana.

-¿Puedo pasar? –parecía asustada. Tiene que empezar a crecer, se dijo Elizabeth, molesta.

-Sí. ¿Qué quieres? ¿No deberías estar preparándote?

Aquel día presentarían a Martha a Phillipe Lenoir. Elizabeth llevaba molesta toda la mañana por ello. Una parte de ella suplicaba que aquel estúpido francés no apareciera. Conocía la debilidad de Martha, aunque esta tratara de parecer fuerte, e intuía lo que pasaría si le presentaban a un joven bien parecido como era Lenoir: se enamoraría. O quizá no, pero estaría tan aliviada por no casarse con un viejo baboso que creería estarlo.

-Bueno... ya lo estoy –dijo con timidez. Extendió los brazos y observó a su hermana un poco desesperada-. ¿No se nota?

Elizabeth lo hubiera notado si hubiera estado más atenta. Martha llevaba un vestido gris, a la moda francesa y también se había peinado a la moda francesa. Elizabeth tuvo ganas de darle un bofetón.

-¿Por qué te vistes así? –preguntó, haciendo un esfuerzo por no gritarle que estaba ridícula.

-Pensé que a él le gustará más verme así.

-Martha... No tienes que intentar agradarle... Siquiera lo conoces...

-¿Y qué? –Respondió, con los ojos llenos de lágrimas-. Voy a tener que casarme con él me guste o no. Mejor tratar de empezar con buen pie.

-Madre también intentó empezar con buen pie, Martha –dijo. Le dolía pensar en que su hermana pequeña acabara como su madre había acabado con su padre-. Hazme caso. Sé de lo que hablo. No debes tratar de ser quien no eres.

Martha no replicó. Se mantuvo en la misma posición, mirando al suelo, hasta que Tituba llamó para avisar de que la familia Lenoir había llegado.

Elizabeth bajó las escaleras con la barbilla bien alta, detrás de su hermana. Allí estaban de nuevo Michel e Inés sonriéndose nerviosos. ¿Tanto os preocupa que mi hermana no le guste a vuestro bastardo?, se preguntó Elizabeth, con acritud. No trató de suavizar la mueca de irritación que endurecía su rostro mientras miraba al resto de la familia. Amelié se encontraba entre Jean y Alán, mirándola como un cachorro esperanzado. No vio a Phillipe por ningún sitio.

Las lágrimas de la bruja. #PNovel #BubbleGum2017 #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora