1. Número once

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Vuelvo a sentir la humedad latente en cada poro de mi piel. El olor se vuelve cada vez más insoportable...
Recuerdo que al principio me daban arcadas, me sentía enferma todos los días. Sin embargo me he acostumbrado a la peste y a la mugre. Aunque no sé hasta qué punto será bueno.

Huele a sangre y a morfina, una mezcla de ambas quizás y a óxido.
Poco a poco parece que el olor se va pegando a mi cuerpo y al harapo que llevo en forma de vestido, pero no llevo nada más y ha empezado a hacerse jirones y a volverse de color rojo y no blanco como era antes.
Miro mis piernas descubiertas casi en los huesos y me doy lástima, quiero recordar cómo eran antes, antes de llegar aquí pero por mucho que lo intento mis recuerdos se han vuelto borrosos y se van desvaneciendo paulatinamente a medida que las horas y los días avanzan.
A pesar de que llevo años aquí, cada vez que escucho pasos comienzo a temblar y rezo para que no me lleven con ellos, pero si no lo hacen escucharé otros gritos desgarradores que me comerán por dentro hasta hacerme sentir el mismo dolor. Sonará increíble pero incluso el silencio grita aquí.
Todos los días son la misma pesadilla, el miedo, el olor a medicinas, hombres de blanco que llevan animales de un lado a otro... Todo es lo mismo de siempre, sin embargo intento llevar en mi mente la cuenta de todos y cada uno de los días, pensando que un día me soltarán o acabarán conmigo y tristemente no tengo preferencia por ninguna de esas opciones.

Ahí vienen esos pasos de nuevo, me pregunto a quién le tocará sufrir esta vez y esa idea me consume y me mata por dentro. Pero por desgracia desde detrás de estos barrotes apenas logro ver nada más que algunas jaulas y algún charco de sangre en el suelo donde minutos antes habían dejado el cadáver de alguien y parece que la lámpara que parpadea se refleja en él con nitidez, pero su reflejo se borra cuando alguien con una fregona sucia y gris empieza a limpiar el suelo y un hombre vestido de blanco con guantes de látex llama a gritos a alguien.
-¡Número 36!-grita acomodando los guantes a sus afilados dedos y resoplando. El hombre tenía el rostro severo, como si se le agotase la paciencia, pero se notaba que le gustaba estar allí, disfrutando del dolor de otros, parecía que un resquicio de locura se vislumbraba en sus ojos porque verdaderamente había que estar loco para trabajar allí.
Dice algo más, pero habla otro idioma diferente al mío y no logro entender qué dice. Una mujer rubia y esbelta se le acerca con una sonrisa pícara y llena de maldad, ella también lleva esos odiosos guantes llenos de sangre oscura y sonríe mientras sujeta una aguja con morfina azul. O al menos así la llaman a esa sustancia es adictiva, recuerdo lo mal que lo pasé al principio, aquello sólo había sido el principio de una larga tortura.

-¡Número 36!-repitió el hombre interrumpiendo mis pensamientos.
Un hombre de mantenimiento apareció con un león atado y con bozal ante ellos y se perdieron tras la puerta, sin embargo segundos antes el majestuoso león clavó su fiera mirada en mí. Sus ojos castaños brillaban con fuerza a pesar de que estaba indefenso, era como si me susurrase que no pasaría nada, que todo iba a ir bien. Me agarré a los barrotes oxidados y acomodé mi cabeza entre ellos siguiendo al león con la mirada suplicándole que por favor siguiese luchando pero la puerta se cerró de golpe y el ruido de una máquina comenzó a sonar. Me entró el miedo a causa de la incertidumbre pero con la certeza de no volver a ver a aquel animal.
Uno de los vigilantes se acercó a mí y golpeó mis manos con una pequeña fusta negra, enviándome al fondo de mi jaula. Froté mis manos doloridas, aquel golpe había reabierto otras heridas que ya tenía y lloré sin hacer ruido mientras las lágrimas se diluían en la sangre, pero eso, en silencio, porque sabía que no debía llamar la atención o yo sería la siguiente en entrar en aquella sala y la verdad es que llevaba días o meses sin pisar aquello.
Sin embargo, para mi sorpresa, aquel día no se oyeron gritos. Volví a acercarme a los barrotes y me quedé esperando a escuchar algo, pero las horas pasaron... Y el león no salió de aquella habitación, así que comprendí que la razón por la que estaba tranquilo era porque sabía que su hora había llegado.
Cerré los ojos y una lágrima acarició mi rostro, mi vista se volvió borrosa, pero mis mejillas al menos sentían una sensación agradable que sosegaba otras yagas.
De pronto, el hombre y la mujer salieron de la habitación hablando en aquel idioma que no conocía y mientras caminaban fuera pude ver al león tirado en el suelo sin respiración. Tapé mi boca y me quedé en la jaula sin moverme, pero la mujer ya había clavado su vista en mí y sentí cómo un escalofrío recorría mis vértebras y me hacía temblar.
Observé con detenimiento a la mujer que comenzó a acercarse a mí con aquellos zapatos de tacón negros que reflejaban las luces y se paró a verme con una mirada fría y vacía.
-La número once,-dijo en bajo-aún no terminamos con ella.
-Traedla, entonces-dijo el hombre mientras se llevaban al león.
Unos hombres rudos y malencarados abrieron mi jaula y me sacaron de allí. Mis piernas estaban débiles, así que me cogieron por los brazos y me llevaron hasta la sala tumbándome en una camilla de metal. Ataron mis manos, yo ya había estado allí, pero no podía evitar seguir sintiendo miedo. La sala rectangular me pareció más pequeña, sentí que todo daba vueltas y volvía a sentir esas arcadas por culpa del olor y del miedo. Miré nerviosamente en todas direcciones tratando de averiguar qué máquina había sonado antes, pero allí ya no había nada y me fijé en que había otra puerta al fondo de la sala.
Me habían atado tan fuerte a la camilla que mis manos comenzaron a quedarse sin circulación. El hombre viendo esto acomodó mis manos y sonrió, pero estaba demasiado confusa y llena de miedo como para decirle nada. Miré a la mujer que permanecía al fondo de la sala anotando algo en uno de sus dispositivos y comprobó que la vía estaba lista para inyectarme aquel líquido tan raro de color casi transparente y rosado que desconocía.
-¿Qué vais a hacerme hoy?-pregunté con miedo.
-Todavía no puedes activar tu metamorfosis, ¿verdad?-dijo el hombre cambiando sus guantes.
-No sé qué es eso...-susurré.
-Pues por eso-dijo la mujer desde una pared.
-¿Está todo listo, Alia?-preguntó el hombre apuntando con la enorme lámpara a mi cabeza.
-Sí, señor Montez.
El hombre me colocó una mascarilla y una sensación rara invadió mi cuerpo y mi mente, por un segundo vi la imagen de aquel león ante mí, pero la luz se apagó de forma violenta y dejé de ver nada aunque juraría que antes de dormirme había escuchado un rugido.

•Moonrise•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora