Karrie
-¡Oh, mi dios!- exclama Marina al verme.
La tiro del brazo para obligarla a pasar, al hacerlo todos los músculos de mi cuerpo chillan y se quejan. La parte trasera de mi cerebro palpita y la vista se me vuelve a poner borrosa, pero mantengo mi intento de actitud intachable mientras la guío hasta mi habitación en el piso superior, tirando de su brazo en un agarre apretado.
-Karrie, tienes que decirme que demonios te pasó- está chillando Marina detrás de mí una vez que llegamos a la habitación -¿Ha sido tu padre? Por que si ha sido él...-
-No- la corto con voz dura -Son mis asuntos. Solo necesito que me ayudes-
Me cuesta hablar bien, así que solo me siento en el borde de la cama y le tiendo la caja de primeros auxilios que encontré en la camioneta y espero que sean suficientes para parchar mi nariz, mi frente y mi labio, y para aliviar la hinchazón de mi mejilla.
Marina se arrodilla delante de mí -Karrie, tienes que ir a un hospital. Puedo llevarte si quieres, tu nariz es un desastre y posiblemente necesites puntos para la frente-
También pensé en un hospital en primer lugar, pero los enfermeros preguntarían que paso, ¿y como iba a explicarlo todo? Tengo moretones por todo el cuerpo y cicatrices de anteriores peleas con Beth y Mike, no hay forma de que alguien me crea que ha sido un accidente menor o algo reciente. Querrán saber y Mike querrá callarme.
-No puedo ir a un hospital, Marina- susurro tan bajo que creo que no me va a escuchar, pero ella asiente y frunce un poco los labios.
-Puedo cocerlo yo- dice sin mirarme -Lo he hecho antes, para Patrick. Pero dolerá-
Suelto una risa cansada -Ya duele bastante, creo que puedo con ello-
El largo proceso parte cuando Marina comienza la limpieza de mis heridas con alcohol y desinfectante bacteriano, ese que crees que es el mayor suplicio cuando eres niño y te raspas las rodillas. Luego pone en marcha la parte más difícil, que es cocer todas las heridas profundas de mi rostro, partiendo por mi tabique y mi pómulo.
-Mierda- gruño con los dientes apretados cuando la aguja entra en mi piel y sale lenta y dolorosa.
Tomo nota de mi dolor. Quiero recordar algún día cuanto duele todo por lo que he pasado para poder devolvérselo a quienes me han causado esto. Mike Revenwood es el primero en mi lista. Beth Hunter tampoco se salvará de mi venganza y por último irá Jules. Lo dejaré al último para que sepa que iré por él.
Para que lo esté esperando.
-¡Demonios, maldita sea!- grito insultos y las lágrimas que corren por mis mejillas solo causan que las heridas abiertas me ardan más.
-Ya casi termino- susurra Marina. En su voz puedo palpar el dolor que siente de verme así, pero no es ni una cuarta parte de lo que yo estoy sintiendo. -Solo respira, ¿si? Respira y relájate-
Respirar y relajarme. Suena tan fácil decirlo.
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-¡Santa Virgen!- grita Trudy -la secretaria en la estación de policías-, cuando ve mi rostro al entrar.
Salta de detrás del mostrador para acercarse a mí. Su voluminoso trasero se contornea por todo el espacio que abarca el recibidor de la estación. Estruja sus redordetas manos en mis mejillas, causando que un millón de pulsadas de dolor me llenen. Suelto un quejido y se aparta, espantada se lleva las manos a sus propias mejillas.
-¡Santo dios!- chilla. Habla a su wokie-tokie -¿John? John, ven al recibidor en este momento. ¡Dios!-
-Tranquila- le digo -No es para tanto alboroto, estoy bien ¿vale?-
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POLICIAS Y LADRONES [EN EDICIÓN]
Roman pour AdolescentsLA SEGUNDA RONDA Spring Diamond #2