Los días siguientes fueron extraños. Los otros novatos y
yo podríamos haber tenido la graduación más llamativa,
pero no éramos los únicos en terminar nuestra
educación en el St. Vladimir. Los Morois tenían su propia ceremonia
de graduación, y el campus se fue llenando de visitantes. Luego, casi
tan rápido como llegaron, los padres desaparecieron, llevando a sus
hijos e hijas con ellos. Los Morois ‚Reales‛‖pasaba‖el‖verano‖con‖sus‖
padres en haciendas de lujo, muchos en el hemisferio sur, donde los
días eran más cortos en esta época del año. Los Morois ‚Normales‛‖
lo pasaba con sus padres también, en sus modestos hogares,
posiblemente consiguiendo trabajos de verano antes de la
universidad.
Y, por supuesto, con la escuela en medio del verano, todos los
demás estudiantes la dejaban también. Algunos, sin familia a la cual
visitar, por lo general dhampirs, permanecían durante todo el año,
tomando optativas especiales, pero eran la minoría. El campus fue
vaciándose cada día mientras mis compañeros y yo esperamos el día
en que seríamos llevados a la Corte Real. Hicimos nuestra
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despedida de los demás, viendo a los Moroi pasar o a dhampirs
jóvenes que pronto estarían siguiendo nuestros pasos.
Una persona por la que estaba triste por su partida era Jill. La
encontré mientras caminaba hacia el dormitorio de Lissa el día antes
de mi viaje a la Corte. Había una mujer con Jill, presumiblemente su
madre, y ambas llevaban cajas. La cara de Jill se iluminó al verme.
—¡Hey, Rose! Me despedí de todos los demás, pero no pude
encontrarte —dijo con entusiasmo.
Sonreí. —Bueno, me alegro de que me encontraras.
Yo no podía decirle que le estaba diciendo adiós también. Me
había pasado mi último día en St. Vladimir caminando por todos los
sitios conocidos, empezando por el campus de primaria, donde
Lissa y yo nos conocimos por primera vez en el kinder. Exploré los
pasillos y rincones de mis dormitorios, pasé por delante de mis
aulas favoritas, e incluso visité la capilla. Me pasé también un
montón de tiempo en áreas llenas de recuerdos agridulces, como las
áreas de entrenamiento donde por primera vez había llegado a
conocer Dimitri. La pista en la que antes me hacía dar vueltas. La
cabaña en la que finalmente nos tuvimos el uno al otro. Había sido
una de las noches más increíbles de mi vida, y pensar en ella
siempre me había traído alegría y dolor.