Capítulo 4

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Decidí que sería mejor no mencionarle mi conversación

con su madre. No necesitaba poderes psíquicos para

sentir sus cambios de humor mientras caminábamos

de regreso a la casa de huéspedes. Su padre le había molestado, pero

la aparente aceptación de su madre le había animado. No quería

dañar eso permitiendo que Adrian supiera que estaba sólo de

acuerdo con nosotros saliendo porque pensaba que era una cosa

temporal, divertida.

—¿Así que vas a irte con Lissa? —preguntó cuando alcanzamos

mi habitación.

—Sí, lo siento. Tú sabes, cosas de chicas —y por ‚cosas de

chicas‛, quería decir allanamiento de morada.

Adrian parecía un poco decepcionado, pero sabía que no tenía

envidia de nuestra amistad. Me dio una pequeña sonrisa y envolvió

sus brazos alrededor de mi cintura, inclinándose para besarme.

Nuestros labios se encontraron, y esa calidez que siempre me

sorprendía se propagó a través de mí. Después de unos momentos

dulces, nos separamos, pero la mirada de sus ojos decía que no era

fácil para él.

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—Hasta luego —le dije. Me dio un beso rápido y, a

continuación se alejó a su propia habitación.

Inmediatamente busqué a Lissa, que permanecía fuera de su

propia habitación. Estaba mirando fijamente una cuchara de plata, y

a través de nuestra conexión, pude sentir su intento. Estaba tratando

de infundirla con espíritu de coacción, de modo que quien la

sujetara, se animaría. Me pregunté si lo quería para ella misma o era

sólo un experimento al azar. No indagué en su mente para

averiguarlo.

—¿Una cuchara? —le pregunté con diversión.

Se encogió de hombros y la colocó en el suelo. —Hey, no es fácil

de conseguir una cosa de plata. Tengo que tomar lo que pueda.

—Bueno, haría felices las cenas.

Sonrió y puso sus pies sobre la mesa de ébano de café que

estaba en el medio de la pequeña sala de estar de su habitación.

Cada vez que la veía, no podía dejar de recordar los muebles negro

brillante que habían estado en mi propia habitación-prisión, allá en

Rusia. Había luchado con Dimitri con una estaca hecha de una pata

de una silla de estilo similar.

—Hablando de cenas... ¿Cómo estuvo la tuya?

—No tan mal como pensaba —admití—. Nunca me di cuenta de

cuán imbécil era el padre de Adrian, sin embargo. Su mamá es

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