Entrar a la Corte fue una de las experiencias más
surrealistas de mi vida, y no sólo porque yo era la que
estaba siendo acusada aquí. Todo seguía recordándome
el juicio de Victor, y la idea de que yo estaba ahora en su lugar era
casi demasiado extraña para comprenderla.
Entrar a un salón con una tropa de guardianes hace que la gente
se quede mirándote —y, créanme, había mucha gente aquí—, así
que naturalmente no me escondí ni actué avergonzada. Entré con
confianza, con mi cabeza en alto. De nuevo, tuve ese extraño
recuerdo de Victor. Él también había entrado aquí desafiantemente,
y yo había quedado indignada al ver que alguien que había
cometido sus crímenes pudiera comportarse de esa manera.
¿Estaban todas estas personas pensando lo mismo de mí?
En la plataforma al frente del salón, estaba sentada una mujer
que no reconocí.
Entre los Moroi, un juez era usualmente un abogado que había
sido escogido para la posición de acuerdo a los propósitos de la
audiencia, o lo que fuera. El juicio en sí mismo —al menos uno tan
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grande como el de Victor— había sido presidido por la reina. Ella
había sido la que había decidido el veredicto final.
Aquí, los miembros del concejo serían quienes decidirían si yo
siquiera llegaría a ese punto. El juicio lo hacía oficial. Allí era donde
ellos decidían el veredicto y el castigo.
Mi escolta me llevó al asiento del frente del salón, más allá de la
barra que separaba los jugadores centrales de la audiencia, y me
señaló un lugar junto a un Moroi de mediana edad en un traje de
diseñador muy formal y muy negro. El traje gritaba: ‚siento mucho
que la reina esté muerta y voy a lucir a la moda mientras demuestro
mi pena‛. Su cabello era un rubio pálido, entrelazado con las
primeras apariciones de plateado. De algún modo, lo hacía ver bien.
Yo presumí que este era Damon Tarus, mi abogado, pero él no me
dijo una sola palabra.
Mikhail estaba sentado a mi lado, también, y estaba agradecida
de que lo hubieran escogido para ser el que literalmente estuviera a
mi lado. Mirando hacia atrás, vi a Daniella y a Nathan Ivashkov
sentados con otros importantes miembros de la realeza y sus
familias.
Adrian escogió no unirse a ellos. Él estaba sentado atrás, con
Lissa, Christian y Eddie. Todas sus caras estaban llenas de angustia.
La jueza, una anciana Moroi de cabello gris que se veía como si