Robert Doru fue fácil de encontrar.
No fue porque se pareciera a Victor. Ni siquiera fue
a causa de cualquier dramático reencuentro entre él y su hermano.
Más bien, fue la mente de Lissa la que me avisó. Vi a Robert a través
de sus ojos, un espíritu rodeado de un aura de oro en aquel
restaurante, como una estrella. Verle le tomó por sorpresa, y ella
tropezó brevemente.
Los usuarios del espíritu eran demasiado raros de ver como
para que ella se acostumbrase totalmente a ellos. Ver auras era algo
que ella podía sintonizar desde adentro o hacia afuera, y justo antes
de que volviera a la normalidad, ella observó que, a pesar de la
brillante aura de oro que había visto en Adrian, también había una
sensación de inestabilidad en la misma. Las chispas de otros colores
brillaron también, pero ellas temblaban y parpadeaban. Se preguntó
si se trataba de un tipo de espíritu extraño, aún desconocido.
Sus ojos se encendieron al ver como Victor se acercaba a la
mesa, pero los dos no se abrazaron, no mostraron el más mínimo
interés en tocarse. Victor simplemente se sentó junto a su hermano.
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El resto de nosotros nos paramos con cierta torpeza por un
momento. Toda la situación era demasiado extraña. Sin embargo,
esa era la razón por la que habíamos llegado, y después de varios
segundos más, mis amigos y yo nos unimos a los hermanos en la
mesa.
—Victor... —Robert respiraba ruidosamente, con los ojos muy
abiertos. Robert podría haber tenido algunos de los rasgos faciales
Dashkov, pero sus ojos eran de color marrón, no verde. Sus manos
jugaban con una servilleta—. No puedo creerlo.... He querido
verte…y‖ahora,‖después‖de‖tanto‖tiempo…
Victor puso una voz amable, la misma que por teléfono, como si
estuviera hablando con un niño.
—Lo sé, Robert. También te he echado de menos.
—¿Te quedas? ¿Puedes volver a vivir conmigo?
Una parte de mí quería ver que se trataba de una idea ridícula,
pero la desesperación en la voz de Robert despertó un poco de
compasión en mí. Permanecí en silencio, simplemente mirando el
drama que se desplegaba ante mí.
—Me gustaría‖ poder‖ hacerlo.‖ Sería‖ genial.‖ Los‖ dos…—Victor
vaciló. Él no era estúpido. A pesar de mis vagas afirmaciones en el
avión, él sabía que las probabilidades de que lo dejara ir no
existían—. No lo sé —dijo en voz baja—. No sé.
La llegada del camarero nos sacó de nuestra nube, y tomó nota