NO ME GUSTAN LAS JAULAS.
Ni siquiera me gusta ir a los zoológicos. La primera vez que fui a uno,
casi tuve un ataque de claustrofobia mirando a todos esos pobres
animales. No podía imaginarme a ninguna criatura viviendo de esa manera. A
veces hasta me sentía un poco mal por los criminales, condenados a vivir en una
celda. Ciertamente no esperaba pasar mi vida en una.
Pero últimamente, la vida parece estar lanzándome un montón de cosas que nunca
había esperado, porque aquí estaba yo, encerrada.
—¡Hey! —grité, agarrando las barras de acero que me aislaban del mundo—.
¿Cuánto tiempo voy a estar aquí? ¿Cuándo es mi juicio? ¡No pueden mantenerme
en este calabozo para siempre!
Bueno, esto no era exactamente un calabozo, no en la oscuridad, en el sentido de
cadenas oxidadas. Yo estaba dentro de una pequeña celda con paredes normales,
un piso normal, y así... todo normal. Inmaculado. Estéril. Frío. En realidad, era
más deprimente que cualquier calabozo mohoso en el que podría haber estado. Las
barras en la puerta se sintieron frías contra mi piel, duras e inflexibles. La
iluminación fluorescente hizo un destello en el metal de una manera que parecía
casi demasiado alegre para mi escenario. Podía ver el hombro de un hombre de pie
firmemente al lado de la entrada de la celda y sabía que había probablemente más
de cuatro guardianes en el pasillo fuera de mi vista. También sabía que ninguno de
ellos iba a responderme de vuelta, pero eso no me había impedido que
constantemente exigiera respuestas de ellos durante los últimos dos días.
Cuando llegó el silencio habitual, suspiré y me dejé caer sobre la cama en la
esquina de la celda. Como todo lo demás en mi nueva casa, la cama estaba
descolorida y dura. Sí. Estaba comenzando a lamentarme por no tener un calabozo
real. Las ratas y las telarañas al menos dejaban algo para ver. Miré hacia arriba y de
inmediato sentí la desorientación que siempre sentía aquí: que el techo y las
paredes se cerraban en torno a mí. Como si no pudiera respirar. Como los lados de
la celda seguían viniendo hacia mí hasta no quedar ningún espacio, eliminando
todo el aire...
N
Vampire Academy Richelle Mead
8
Me incorporé bruscamente, jadeando. No mires fijamente ni las paredes ni el techo,
Rose, me castigué a mí misma. En cambio, miré hacia abajo, a mis manos
entrelazadas, y traté de entender cómo me había metido en este lío.
La respuesta inicial era obvia: alguien me había acusado de un crimen que no
cometí. Y no era un delito menor tampoco. Era un asesinato. Ellos habían tenido la
audacia de acusarme de un delito mayor de lo que cualquier Moroi o dhampir
