COMO SIEMPRE, ERA DESORIENTADOR. Los rostros y los cráneos,
traslucientes y luminiscentes, todos revoloteando a mi alrededor. Eran
atraídos hacia mí, conglomerándose en una nube como si necesitaran con
desesperación decir algo. Y en realidad, probablemente lo necesitaban. Los
fantasmas que permanecían en este mundo no tenían paz, eran almas que tenían
razones que les impedían seguir hacia el otro lado. Cuando Lissa me había traído
de la muerte, yo había mantenido una conexión con su mundo. Me había tomado
mucho trabajo y autocontrol aprender a bloquear esas apariciones que me
perseguían. Las protecciones mágicas que protegían la Corte Moroi, en realidad
mantenían lejos de mi a la mayor parte de los fantasmas, pero esta vez, los quería
aquí. Darles ese acceso, atraerlos dentro…bien, era algo peligroso.
Algo me decía que si había algún espíritu sin descanso, sería el de la reina que
había sido asesinada en su propia cama. No veía rostros familiares entre este grupo
de fantasmas, pero no perdía las esperanzas.
—Tatiana —murmuré, enfocando mis pensamientos en la cara de la reina
muerta—. Tatiana, ven a mí.
Una vez había sido capaz de convocar a un fantasma fácilmente: mi amigo Mason,
quien había sido asesinado por un Strigoi. Aunque Tatiana y yo no fuéramos tan
cercanas como lo habíamos sido Mason y yo, nosotras ciertamente teníamos una
conexión. Por un rato, no ocurrió nada. El mismo montón de rostros se
arremolinaban frente a mí en la celda, y comencé a desesperarme. Luego,
repentinamente, ella estaba allí.
Estaba de pie con la vestimenta en que había sido asesinada, un camisón largo y
una bata cubierta de sangre. Sus colores eran apagados, titilando como una pantalla
de televisión que funcionaba mal. No obstante, la corona en su cabeza y la pose
real le daban el mismo aire de reina que recordaba. Una vez que se materializó, no
dijo ni hizo nada. Simplemente se limitó a mirarme fijo, con su oscura mirada
prácticamente taladrándome el alma. Una maraña de emociones se apretó en mi
pecho. Esa reacción instintiva que siempre tenía al estar cerca de Tatiana —ira y
resentimiento— se desencadenó. Luego fue enredado por una sorprendente ola de
C
Vampire Academy Richelle Mead
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compasión. La vida de nadie debería terminar de la manera en que lo había hecho
la de ella.
Vacilé, temerosa de que los guardias pudieran oírme. De alguna manera, tenía el
presentimiento que el volumen de mi voz no importaba, y que ninguno de ellos
podría ver lo que yo veía. Sostuve en alto la nota.
—¿Usted escribió esto? —dejé salir en un aliento—. ¿Es verdad?