Capítulo 34

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NO ME DESPERTÉ EN EL MUNDO DE LOS MUERTOS.

Ni siquiera me desperté en un hospital o en algún otro tipo de centro

médico—lo cual, créanme, ya había hecho una gran cantidad de veces.

No, me desperté en una lujosa y enorme habitación con un mobiliario dorado. ¿El

cielo? Era improbable con mis comportamientos. Mi cama de dosel tenía un

edredón rojo y dorado de terciopelo, lo suficientemente grueso para ser en sí mismo

un colchón. Las velas parpadeaban en una mesita contra la pared y llenaban la

habitación con aroma a jazmín. No tenía ninguna pista de donde estaba o cómo

había llegado aquí, pero mientras mis últimos recuerdos de dolor y oscuridad se

reproducían en mi mente, decidí que el hecho de que estuviera respirando era lo

suficientemente bueno.

—La Bella Durmiente despierta.

Esa voz…esa maravillosa voz, dulce como la miel con su suave acento. Me

envolvió y con ello vino la imposible verdad y el impacto:

Yo estaba viva. Estaba viva. Y Dimitri estaba aquí.

No podía verlo pero sentí una sonrisa llegar a mis labios.

—¿Eres mi enfermera?

Lo escuché levantarse de una silla y caminar. Al verlo de pie sobre mí de esa

manera, solo me recordó lo alto que en realidad era. Él me miró con una de sus

sonrisas—una de esas plenas y raras sonrisas. Se había aseado desde que lo vi por

última vez, tenía su cabello marrón recogido cuidadosamente detrás de su cuello,

sin embargo no se había afeitado en un par de días. Yo traté de sentarme, pero él

me hizo retroceder.

—No, no, tú necesitas acostarte —un dolor en el pecho me dijo que él tenía razón.

Mi mente podría estar despierta, pero el resto de mí estaba agotado. No tenía idea

de cuánto tiempo había pasado, pero algo me dijo que mi cuerpo había estado

N

Vampire Academy Richelle Mead

400

peleando en una batalla— no con un Strigoi o algo parecido, sino conmigo misma.

Una batalla para permanecer viva.

—Entonces acércate —le dije—. Quiero verte.

Él lo consideró un momento y luego se quitó los zapatos. Tendiéndose a mi lado—

lo cual me hizo estremecer—me las arregle para contonearme un poco y así hacer

espacio cerca de los bordes de la cama. Él se acurrucó a mi lado. Nuestros rostros

descansaban en la misma almohada, sólo a unos pocos centímetros de distancia

mientras nos mirábamos.

—¿Así está mejor? —preguntó él.

—Mucho.

Con sus largos y elegantes dedos, él extendió su mano y retiró el cabello de mi

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