1.¡Bienvenida!

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Llevaba mucho tiempo queriendo estudiar en la universidad de Boston. Que digo de mucho tiempo, ¡Llevaba muchísimo tiempo queriendo estudiar allí! Y hoy por fin lo conseguiría, ya que, consecuencia de noches sin dormir con la ayuda de café asqueroso que me esforzaba en no vomitar al tragarlo, ese año que venía disponía de la beca para acceder.

Así que me encontraba en mi coche, sentada en el asiento del copiloto y manteniendo la boca cerrada para no molestar a mi madre, esperando a llegar. Los nervios me corrían por las venas y cuando pasábamos en frente de algo que me recordaba donde pasaría la siguiente etapa de mi vida, me entraban escalofríos.

Cuando el coche paró indicando que ya habíamos llegado, abrí la puerta del coche con prisa asegurándome de que no estaba en marcha y corrí al maletero. Mi madre me ayudó con las maletas, que aunque solo eran dos de tamaño medio, pesaban bastante.

— Madre mía hija, pero que llevas aquí ¿Un muerto? — como pudo, colocó las dos maletas una junto a la otra delante suyo y cerró con pesadez el maletero dando un portazo.

— Mamá, eres una exagerada. — Vacilé y me acerqué a mi equipaje. Lo intenté coger y bueno... Quizás la mujer no estaba exagerando.

— Anda... Déjame a mí — después de que mi querida madre se riera de mí un rato, se hizo con mis maletas y las llevó rodando hasta el camino de piedra que llegaba hasta la entrada de la universidad. Yo caminé un poco abrumada a su lado.

Una vez en la entrada la de camino, paró y colocó sus manos en mis hombros. Sabía lo que venía ahora. Momento sentimental.

— Jane, ten mucha suerte y escoge bien la hermandad en donde te quedarás.

Sus ojos me miraban apenados pero los míos se abrieron más de la cuenta. ¿Había escuchado bien?

— ¿Hermandad? — me encogí bajo su tacto y formé una mueca rara —. ¿Qué hermandad?

Mi madre tardó unos segundos en responder, creo que intentó buscar algún indicio en mi cara de que estaba bromeando. Pero no, no se trataba de ninguna broma. No tenía ni idea de lo que me estaba hablando.

Cuando pareció entenderlo, habló con obviedad:

— En todas las universidades de la ciudad se forman hermandades y fraternidades, esta no es una excepción — señaló. Y, por si no me hubiese quedado de piedra ya, añadió :—. Deberás elegir en cual instalarte.

Lo que me estaba diciendo me sonaba a chino. En mi vida había escuchado hablar de lo que era una fraternidad y mucho menos una hermandad. Me sonaba a convento de monjas y yo no vine para meterme en uno.

Una cosa sí que la tenía clara: que tendría que vivir en una especie de residencia de estudiantes que ya vi por internet. ¿Pero una hermandad?

Pestañeé un par de veces y me salieron las palabras de la boca.

— ¿Por qué nadie me avisó de esto?

Aquella acusación pegó fuerte en el ego de mi madre, pues deshizo el agarre de mis hombros y se cruzó de brazos.

— Perdón por considerar que aquí la señorita — je, se refería a mí — podía ser lo suficientemente responsable como para informarse un poco de las cosas — me observó con expresión altiva y me ahorré cualquier tipo de comentarios.

— Bueno, supongo que podré adaptarme — cedí, más que nada, porque no me quedaba otra.

El momento de mamá luchona se le pasó, porque una gran sonrisa se instaló en su rostro y volvió a agarrarme de los hombros. Esta vez más fuerte.

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