14. Atardecer, dulce atardecer.

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Nos quedamos mirando el horizonte, dónde el sol quiere esconderse paulatinamente entre las montañas. Las estrellas empiezan a encenderse cómo velas en el cielo azul marino, y, dos almas se reúnen para ver este espectáculo.  

—Es precioso, ¿no? —Murmuro, con una sonrisa.

Asiente, sin pronunciar ninguna palabra. Los próximos veinte minutos transcurren de una manera rápida, y, cuando nos podemos dar cuenta, la noche ya ha acechado.

No me atrevo a decir nada; Jay parece sumergido en su propio universo, y no me gustaría interrumpir sus pensamientos. Al fin y al cabo, somos amigos, y debemos respetarnos.

Yo, me mantengo inmóbil, sin compartir palabra con él. Me levanto, incómoda. El silencio invade todo el panorama, y mis manos se untan de piedrecidas y tierra. Empiezo a contemplar las luces de la ciudad nocturna. Antes de dar el primer paso, Jay coje mi mano;

—¿Dónde vas, Amanda? —Pregunta él secamente. Su expresión seria determina su personalidad.

—A casa, ya es tarde. Mi madre debe estar preocupada. 

—Quédate.

Me hace arrodillarme, a su lado. Se siente tan bien. Poco a poco, se va acercando, hasta el punto de poder sentir su respiración a tan solo centímetros de mi rostro. Creía que iba a besarme, pero no. Parece haberle cogido de repente, una vergüenza inmensa que ni él mismo puede describir. Así que, yo soy quién doy el paso. Cojo su rostro y juntamos nuestros labios. Yo, con un poco más de experiencia, los muevo, y Jay simplemente me sigue. Como el gato y el ratón, al son de nuestros labios.

Paramos. Jay es quién lo ha finalizado.

—¿Por qué? —Le pregunto, con curiosidad y tristeza.

—Lo siento. No he debido hacer esto. ¿Vale? Adiós. —Se despide corriendo. Se levanta bruscamente y sin darme explicación alguna se marcha. Nos quedamos yo, la luna, y las estrellas.







Equipo de...¿frikis? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora