18. Jay, tenemos que hablar.

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Ya está bien. Me he cansado y hartado de esperar. No puedo seguir haciéndolo, no puedo seguir esperando a que él regrese, no; su orgullo puede ser incluso superior al mío, y mientras reine el orgullo no habrá palabra compartida en una simple discusión.

Tengo orgullo, dignidad, y carisma y la verdad es que el orgullo odio romperlo pero si es por una persona que vale la pena lo hago. Han pasado dos semanas de eterna espera. Jay me ha esquivado en todo; en cuanto coincidíamos en algún sitio me miraba a los ojos misteriosamente, como es él, retándome por un instante a descifrar el significado de ella, y segundos después apenas predecibles, aparta la mirada de nuevo, aspirando consigo mi alegría y tratándome como una completa desconocida cuando en realidad no lo soy. Y él lo sabe, ambos lo sabemos.

Me planto en su casa y llamo.

—Hola. —Abre su madre, acomodando su devantal.

—Hola, ¿está Jay?

Ella asiente alegre. Creo que es natural que él esté, ya que son las dos del mediodia, supongo que apenas estará comiendo...

Lo llama intentando no subir mucho el tono de voz para no parecer maleducada, y me sonríe por última vez antes de que se vaya. Él baja, y se me iluminan los ojos al ver esa figura plantada ante mí; Despeinado, con un pijama a rayas, y con el rostro adormilado, como si se acabara de levantar hace segundos.

Esta vez dejo que mi corazón hable de nuevo. Respiro varias veces, sin importar que él esté ahí delante, cierro los ojos, los vuelvo a abrir y hablo;

—No podemos seguir así. ¡No! Vale, yo he hecho mal pero, ¿por qué no reconoces que tú también? ¡enserio! Sabes de sobra que te quiero, y no me gusta que te aproveches de eso. ¿No podrías dejar de lado tu estúpido orgullo por la mujer que amas? Tú no has hecho nada, nada para hacerme feliz, ya que, a lo único que te has dedicado ha sido a romperme el corazón...—Suspiro cansada, recordando cada momento juntos.

Él se frota la cabeza, y esta vez se mantiene firme, como si estuviera esperando que yo volviera a regresar. —Pasa.

De mala gana, entro y procedimos a subir a su habitación; Un cuarto clásico, pintado de color marrón claro, con un toque urbano y algunos detalles remarcados en negro. Un escritorio a la derecha, al lado de la puerta, y al otro lado su cama. Muy bien ordenada, digna de él.

—Hablemos. ¿Qué quieres? —Dice él acomodándose en su cama.

—Ya te lo he dicho. Mira, Jay, de verdad que quiero saber por que eres tan bipolar.

—Yo...—Responde melancólico—. Supongo que es el momento de contarte todo...

—¿Qué? —Abro los ojos como platos—. ¿Qué me tienes que contar?

Le he prometido no enfadarme, ni chillar ni armar un drama femenino con eso, así que solo debo escuchar y no alterarme.

Procede a contarme algo sobre una chica que es su novia llamada Sarah, pero que en realidad no la quiere, que en realidad solo lo hace por la garantía económica que recompensa a su familia y bueno, me monto la historia como encajándola en piezas de un puzzle.

Sinceramente, me enfada. Me enfada todo esto pero también comprendo. Soy muy empática y esta no va a ser la excepción.

—Pero...mi corazón solo pertenece a ti.

Me quedo helada al oír esas cortas pero profundas palabras. Comprendo que lo hace por el bienestar de su familia y que a pesar del atractivo de Sarah, él me ama a mí y que todos esos repentinos cambios de humor han sido su estrés y su ajetreado secreto.

Le beso dulcemente en los labios. Él esta vez sí lo devuelve con ansias.

—Te quiero.

—Yo más, siempre más. —Digo con la respiración entrecortada, deseando más de él. Por lo que me fundo en uno apasionado.

Equipo de...¿frikis? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora