Capítulo 18

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El patio como de esperarse estaba totalmente blanco, volviendo a las personas con aspecto vampírico en fantasmas. Caminé junto a Giles al cuarto donde aguarda la novia hasta que inicia la boda. Era una habitación grande en tapizada de papel rosa pálido, en el centro algunos muebles blancos y un enorme espejo en la pared contraria a la que se encontraba la puerta. Lysandro y los otros se habían ido a sentar en sus respectivos asientos y yo solo pensaba en Castiel. ¿En realidad nunca me amo ó solo lo dijo para que sintiera lo mismo que él? De ser la primera, nunca podría perdonárselo aunque eso no sería muy diferente de lo que Castiel se encontraba asiento: huir. En cambio si ese terrible dolor que siento en el corazón es exactamente cómo se siente el suyo, soy la peor persona del mundo.

Cada dos por tres segundos lanzaba una mirada a la puerta rogándole ser abierta en cualquier momento por Castiel. En ese mismo momento pensé que si volvía, sin importar todas las reglas o compromisos que rompa y el castigo que me impongan mis padres, lo elegiría a él ante todo. Sin decir palabra alguna solo que apareciera y sus ojos se cruzasen con los míos sería suficiente para tirar todo por la borda y correr a sus brazos, a mi refugio. Si aparecía le seguiría al fin del mundo si me amaba. No pude evitar reírme de mí misma ¿qué rayos estaba pensando? Yo no creo en cuentos de hadas, de seguro no le vuelvo a ver nunca. Es obvio que me odiará por siempre al igual que a su ex novia, no merezco ser llamada princesa y ahora mucho menos futura reina.

Mis pensamiento se vieron perturbados al oír las campanas sonar. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, no quería que nada de eso pasase.

—Ya es hora— dijo Giles levantándose del sofá y ofreciéndome su mano. Dudé rascándome las manos bajo los guantes blancos—. Tranquila Sammy estaré siempre a tu lado, protegiéndote.

Terminé tomando su mano y saliendo de la habitación. Caminamos hasta la puerta de la iglesia y los guardias la abrieron para nosotros. Al entrar pude ver las decoraciones de rosas azules encerradas entre flores blancas simbolizando un amor infinito y mágico, cosa bien contraría a los matrimonios que siempre la realeza se ha visto forzada por sus padres de generación en generación. El piso era de cerámica blanca y columnas de cuarzo se alzaban a ambos lados de la iglesia. Bajo mis pies el piso que conducía al frente hasta donde Nathaniel me esperaba en un traje completamente negro—excepción de la camisa y la corbata azul— era de pino pulido.

Los bancos de madera que antes tenía, habían sido reemplazados por sillas con almohadones bordados. Todos estaban siendo ocupados por invitados y de la mayoría no recordaba sus nombres. Sentí que el camino hasta el altar había durado una eternidad, ya sabía cuál era el lugar perfecto para pasar los últimos segundos que me restasen de vida. Giles me entregó a Nathaniel quien terminó el camino guiándome a subir unos escalones y parándonos frente al padre —un viejo sin pelos en la cabeza de ojos grises y cuerpo tipo peluche— sin darle la espalda al público.

—Hoy en este día nos reunimos hermanos y hermanas para unir en santo matrimonio delante del pueblo de Dios, a dos familias que con los años se han convertido en una y ahora presentan de forma física su unión.

Una pequeña niña de unos 6 años llega dando saltitos dentro de un vestido rosa claro. Su hermoso pelo castaño ondulado se movía al compás de sus pasos mientras sus ojos oscuros reflejaban los anillos que llevaba en una almohada azul cielo. El padre toma la almohada de las pequeñas manos y los muestra al público diciendo:

— Qué el señor bendiga estos anillos que se van a entregar el uno al otro en señal de amor y fidelidad— Nathaniel remueve ambos guantes que llevaba dejándolos sobre un estante entre el maestro de ceremonia y nosotros, para tomar el aro más pequeño sin emociones alguna en él. Solo era un pedazo de metal en forma de círculo sin fondo con una enorme piedra sin valor sentimental.

Rock your heart CDM #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora