Capítulo 5

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La brisa cálida, de las noches de marzo, revuelve mi cabello que olvidé atar presa de los nervios. Me demoré tanto como pude en la oficina corrigiendo textos que ni eran mi responsabilidad, pero tengo miedo.

Sofía insistió tanto que no logré decirle que no y, la vi tan decidida a despedirme si me negaba, que acepté venir al bar. No le ha importado que le dijera que Dimas tiene una novia que no es novia... ¡Mi amiga es implacable cuando quiere! Hoy no abren, pero So tomó la precaución de llamarle a Federico para saber si ensayaba la banda y así es.

Y aquí estoy, dudando frente al bar con un cigarro colgado entre los labios que ni estoy fumando y sólo uso como excusa para demorarme más. Esta vez me he arreglado, no he querido pensar mucho en las condiciones en las que Dimas me vio la otra noche y no deseo que se repita. Llevo un pantalón de mezclilla negro ajustado con mis botines del mismo color y una blusa azul cielo de tirantes. Mi cabello es largo y he luchado por cuidarlo sin tintes o cosas que lo dañen, sólo llevo un brillo labial rosa y algo de delineador en los ojos. Nunca he sido buena con el maquillaje y prefiero no experimentar, al menos que sea decisión de vida o muerte como cuando tengo resaca en un día de trabajo.

—¿Buscas a alguien?

Dejo caer el cigarro producto de la sorpresa y el chico que preguntó lo levanta, pero se ha apagado.

—No.

Me siento descubierta y miro al alrededor en busca de una salida... ¡Pero no sé qué hacer! El chico me mira con curiosidad, es simpático y no creo que pase la mayoría de edad. Tiene los pantalones de mezclilla rotos y una camiseta negra despintada con el logo de alguna banda que ya es imposible de descifrar, después de tantas lavadas. Es moreno y lleva el cabello negro en un copete que, lejos de ser gracioso, acentúa el rostro alargado y las facciones rectas.

—¿Tienes otro cigarro?

Asiento con torpeza y saco la cajetilla de mi bolso negro con estoperoles. Él me da las gracias y usa el encendedor que lleva en el pantalón. Me quedo quieta notando que se está riendo de mi nerviosismo y decido fumar otro cigarro que enciende con amabilidad.

—¿Vienes a las entrevistas de trabajo?

¡Bingo!

—Así es —contesto dando una larga calada—. ¿Y tú?

—Oh, no. Yo toco en la banda.

Enarco una ceja, ahora me siento más ridícula.

—¿Eres mayor de edad?

—Este año cumplo veinte.

No le creo.

—¿Qué instrumento tocas?

—Bajo eléctrico —me mira de nuevo con esa curiosidad aniñada que me provoca ternura—. ¿Y qué puesto quieres?

Medito un segundo debatiéndome si inventar algo o decir el nombre oficial del puesto que me ha vuelto a ofrecer Federico por varios mensajes de texto.

La Melodía de Aura 1 - PreludioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora