Capítulo 22

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Hace mucho que no salía así con Sofía, desde que Dimas se marchó de la ciudad. Hay cierto murmullo misterioso metiéndose bajo mis venas que me hace temer, pero no sé a qué.

El lugar se llama MalaCruz y está perdido en el centro de Mérida. Al parecer, en algún sitio cercano se realizó un evento musical y nos encontramos con decenas de personas abarrotando las calles cerradas para los automóviles. Las casas coloniales son las únicas testigos del alcohol que circula por ahí, así como otras cosas de las cuales percibo el aroma; cosas que Eric está comprándole a un chico que pasa cerca. Nadie más parece sorprendido, agradezco que Cedric mantenga distraída a Sofía como para fijarse en lo que hace Eric. Mi amiga me lleva de la mano, la siento tensa al caminar entre las personas.

Como es de esperarse, el bar está lleno y apenas son las diez de la noche. No se compara con Arabella y su valet parking o los clientes vistiendo casi de gala, es bastante diferente. Esperamos en la fila, al lado de un enorme mural de una Catrina sosteniendo un letrero viejo con el nombre del bar.

El chico que controla la entrada, con una cadena, señala en mi dirección; miro sobre mi hombro para saber si se refiere a mí. Sin soltar a Sofía, me acerco pasando al lado de varias personas que esperan en la fila.

—Pasen.

Levanta la cadena y la ola de quejas no se hace esperar, incluidos insultos. No obstante, callan al ver cuántas personas vienen con nosotras; Minerva los saluda con el dedo corazón para luego darles la espalda con un elegante contoneo de caderas.

No somos las más elegantes ahí, Sofía y yo, porque consulté en Facebook cómo era el bar debido a mi constante preocupación por ella. No quiero que una mala experiencia arruine sus nuevos deseos de retomar la vida que abandonó por tantos años. Ella tiene unos jeans ajustados y una blusa morada algo recatada, ni intenté hacerla sentir incómoda aconsejándole algo más destapado. Yo llevo una falda negra hasta medio muslo con una blusa de cuello resbalado en el mismo color que deja ver mi sujetador rojo; me he puesto unos botines con estoperoles y punta metálica en caso de tener que patear a algún listillo.

—Creo que hay una mesa al fondo —dice Eric.

Lo seguimos y tengo que abrazar a Sofía por la espalda, así evito que su cuerpo roce demasiado con las personas apretujadas que bailotean en la pista. Hemos corrido con suerte, pues la mesa está justo en el rincón y es lo suficientemente grande para todos. Dimas se sienta a mi lado, pero Minerva esta junto a él y es demasiada obvia la forma en que empuja a Nicolás para quitarlo del sitio. Sofía está a mi otro lado, todavía aferrada a mi mano, pero se ha pasado todo el tiempo platicando con Cedric.

—Es un sitio interesante —opina Minerva elevando la voz para hacerse escuchar por arriba de Soda Stereo.

Las paredes están cubiertas de murales o grafitis de catrinas y en algunos sitios se puede ver que las personas han garabateado firmas o notas con plumón permanente. La mayoría de chicos ahí parecen apenas mayores de edad, no diviso a una sola persona que pueda considerarse por arriba de los treinta años. Todos visten muy casual, van de un lado a otro con sus cervezas en la mano y gritan las canciones entre ovaciones de sus amigos. MalaCruz está dentro de lo que fuera una casa colonial, cosa que descubro por los arcos que conducen al jardín donde está la pista y el techo con esas vigas inconfundibles.

La Melodía de Aura 1 - PreludioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora