Le gustaba ver cómo sus lágrimas se hundían entre los charcos de la lluvia, para así imaginar que no solo era ella la que lloraba.
Había millones de motivos por los cuales Lluvia lo hacía. Sin motivo, sin premisa alguna. Solo los lazos de sus recuerdos eran capaces de activar en ella esos mecanismos.
Intentó todo para olvidarlos, pero nada fue capaz de aliviar aquel dolor.
Solo un nuevo mecanismo podría hacerla cambiar.
O eso, o condenarse irremediablemente a un destino tan trágico como el del agua de lluvia que desemboca en cualquier mar...
«Te prometo que tendrás todo aquello que anhelas, Lluvia. ¿Quieres ese astro que brilla en el cielo, la misma Estrella Polar? Dame una escalera y te la alcanzaré. ¿Esa luna que refulge como ningún otro satélite natural? Déjame colgarme de ella y la cabalgaré hacia ti. ¿Ese sol que nos da calor y cobijo, que reconforta y quema? Préstame crema solar y unos guantes. Será como tocar el fuego: al principio arde y hiere, pero después sientes el placer de su lengua bífida jugueteando entre tus yemas; acariciando tus palmas. Es maravilloso, ¿no crees? Siempre he amado el fuego sobre todas las cosas del mundo. Dador de vida, capaz de crear y destruir; elemento más mortífero y a la vez más preciado de la naturaleza, descubierto por el ser humano y utilizado para su beneficio... y su ruina. Sin él, no seríamos nada; y con él provocamos grandes desastres. Pero nadie entendería la vida sin el fuego, así como nadie entiende la vida sin felicidad. Quiero que seas feliz, ¿sí? Te prometí que tendrías todo aquello que desearas, y si tu felicidad es una de esas cosas, yo mismo me haré cargo de otorgarte ese presente. No soy un mago capaz de conjurar alocados prestigios, ni un Dios con la fórmula para cambiar el mundo. Pero sí puedo regalarte esto, ¿la ves? Es una flor de cinco pétalos. Sé que no entiendes de plantas, pero es una margarita. Su color lechoso siempre me transmitió cierta serenidad... Me gusta mirarlas mientras contemplo el atardecer. Es el momento del día en el que puedo descansar del mundo que me rodea... respirar... y exhalar todo el aire que me preocupaba del día. Es mi terapia, eres mi terapia, aunque ya me sirva de bien poco. Siento que me estoy muriendo, ¿sabes? Y es una sensación muy extraña. No padezco de ninguna enfermedad, pero noto... algo así como cuando un amigo íntimo no te llama para que vayas a dar una vuelta con él. ¿Cómo? ¿Que nunca experimentaste eso? Bueno... supongo que tus amigos siempre fueron más serviciales que los míos. Es como si sintieras que el corazón se te deshace por segundos, pero a la vez te sientes físicamente en total plenitud. Solo temo que almo malo me ocurra y dejar de verte. Dejar de respirarte, de ver esa preciosa sonrisa y esos ojitos que un día supieron conquistarme. ¿Que qué podría pasar? No lo sé, cielo. Pero nunca le des demasiada libertad a la vida, o te pondrá todas las mordazas posibles para que la pierdas antes siquiera de salir a buscarla. La vida, cansada de ser vida, lo último que busca es convertirse en muerte. Tal vez debería dejar de escribir cosas tan profundas y siniestras... pero mi corazón ahora es lo que me dicta. Soy poeta y vivo siéndolo. Y me duele el llorar de mis palabras cuando escribo estas cosas. No dejo de ser humano, y el ser poeta me convierte en una criatura extraterrestre. Me hago daño, pero me gusta hacerlo. Me hace feliz el sentir que mis personajes lloran, y que yo también lo hago con ellos. Poder relatar una historia de amor y soñar con ella en vida, o con un entierro y palidecer solo de rememorarlo. Ven, anda. Tengo las manos frías y me gustaría sentir tu calor rodeándome una noche más... ¿Cómo? ¿Quieres que volvamos ya a casa? ¿Ya... deberías haber vuelto? Por favor, quédate un poco más, un ratito aquí conmigo. Solo será una noche, nada más, después te dejaré marchar a casa... ¿Has visto cómo está el cielo? Me encantan los puntos refulgentes de esta noche. Uno de ellos dibuja una constelación preciosa, pero no recuerdo su nombre... ¿No puedes verla? ¡Sí, claro! Échale un poco de imaginación. Solo tienes que concentrarte en esas estrellas... piensa que son como un lienzo en el cual has dibujado un boceto. Ve alineando mentalmente cada uno de esos astros hasta que des con la imagen... ¿Ya la tienes? ¡Genial! Me encanta hacer lo mismo, incluso con las nubes y con las hierbas. Me siento tan cómodo en tu regazo... Podría hasta dormirme en él... Vaya... empiezo a notar una vaga sensación recorriéndome el pecho. No, no es nada, no te preocupes por mí. Estoy bien. Solo... que noto como si me faltara el aire... Abrázame más fuerte, por favor. Noto como si mis palmas se paralizaran; ya apenas las siento. Vamos, sí, así... ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que te quiero? Claro... y yo también te quiero a ti, mi vida. Y jamás te dejaría por nada en el mundo... ¿Y esa lágrima que se te sale de los ojos? No lo entiendo... no me gusta que llores por mí, te lo tengo dicho. Se está tan calentito en esta noche de luna llena que casi no me había dado cuenta de lo tarde que es... Ya n-no noto ni las piernas ni los brazos. Será culpa del frío, que arrecia bien esta noche. Vamos, ven. Veamos las estrellas un poco más, antes de que me caiga dormido... Me encanta contarlas, apuntarlas en mi libreta y esperar al día siguiente. Ayer vi Neptuno, ¿sabes? No, me he equivocado. Quería decir Marte. Neptuno es mucho más... majestuoso. ¿Alguna vez has pensado en surcar el aire, como ese pájaro que vuela ahora sobre nuestras cabezas? Me encantaría ser libre, de alguna forma, como él... Los pájaros maniobran tan bien el plano astral que parecen casi conocedores de toda la sabiduría del universo. Acaríciame la mejilla, por favor. Siento como si mis lágrimas ya ni siquiera se sintieran. Estoy llorando, y a la vez no noto... nada. Hay una fuerte presión en mi cabeza... que se va haciendo cada vez más fuerte. No me dejes, por favor... Ya no noto tus manos, ni tus yemas, ni tu aliento... ¿Por qué te vas, querida? Me... ahogo sin tu presencia. Me falta el aire, el sueño... Me falta todo sin ti. Es como... es como si se me fuera la vida por tus desvelos. ¿Te he dicho que te quiero? ¿O todavía no lo hice? Ya no lo sé. Pierdo la memoria y la consciencia por segundos. Si sigues ahí y todavía me escuchas, quédate un rato más conmigo. Tus padres no te regañarán si les digo que estuviste a mi lado. Venga, solo tenemos que ser los mismos de siempre: Adán y Eva, Romeo y Julieta. Todas nuestras comparaciones de historia, ¿recuerdas? Pero las cosas se enturbian de un momento a otro... y ya ni siquiera te siento, y me duele. No te veo, ni te oigo. Ni tengo el tacto ya caliente de tus huesos. Solo siento el frío recorrerme, ese mismo que me inundó el pecho hace unos días y que apenas me dejaba... respirar. Es como la misma sensación pero hasta el extremo. ¿Qué es lo que me está pasando? Me siento... libre. ¡Es como si estuviera volando! ¡Mírame, soy un pájaro! ¡Estoy libre de las ataduras, de la opresión y por fin, libre! Pero... me sigue faltando algo. Sin ti nada es lo mismo. Volaba porque a ti te gustaba hacerlo, y porque ambos íbamos a encontrar algo común haciéndolo. Pero... s-sin ti... las cosas ya no son lo que eran. Y cada vez tengo más frío en las manos... Ponme una manta, por favor... Dame el abrigo, abróchame. L-los guantes de mi bolsillo y la bufanda... Ha empezado el v-verdadero in...vierno, ¿eh? Y nosotros aquí, como dos lelos contando estrellas en medio del campo. Como dos chiquillos que no conocen todavía lo bueno de la vida... ¿Te he dicho alguna vez que te quiero? ¿Tú... me quieres? Yo también a ti... Y daría cualquier cosa porque estos segundos contigo se repitieran una vez tras otra, y una vez tras otra, y una vez tras otra...»
Se escucha el sonido de la sirena de una ambulancia de fondo. Al llegar al páramo, solo encontraron el cuerpo inconsciente de un muchacho y una chica que se había quedado dormida junto a él, abrazándolo y con lágrimas en sus ojos.
En su pecho tenía una placa, con el nombre de Lluvia.