El azufre recorría sus mejillas,
y quemaba tanto
como una llaga en el pecho.
Nadie decía nada.
Nada ahora era todo.
Y todo se reducía a cenizas.
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El azufre recorría sus mejillas,
y quemaba tanto
como una llaga en el pecho.
Nadie decía nada.
Nada ahora era todo.
Y todo se reducía a cenizas.