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Marinette se quedó paralizada viéndolo, como todos los demás, salvo que a ella le apenó tanto que volteó la mirada. Adrien Agreste había sido el motivo del barullo de todos ellos y ahora que al fin estaba allí, lo único que reinaba era el silencio. Él observó a todos superficialmente, sin detenerse más de pocos segundos en alguien, al parecer tratando de decidir dónde podría sentarse.

—¡Amiga! —le susurró Alya a Marinette—. Esto es perfecto, ¡tienes que ir a hablar con él!

—¿Estás loca? No se va a acordar de mí, Alya—dijo Marinette.

—¡Eso no lo sabes! Dios, no lo puedo creer. Adrien Agreste, todo este tiempo...

—¡No sabemos si en verdad es él! Puede ser cualquier otra persona.

—Creo en lo que ven mis ojos y a mi me parece que son la misma persona—dijo Alya, arqueando una ceja.

Marinette se encogió en su asiento. Había soñado tanto con ese momento, pero no así, no ahí y menos con Chloé de por medio. Chloé se le abalanzó a Adrien Agreste en cuanto lo vio.

—¡Adri-boo! —dijo Chloé, a lo que Adrien puso una cara de "Oh, no..."

—Hola, Chloé —saludó él, tratando de sonar casual.

El abrazo de Chloé fue un abrazo mortal y altamente perfumado. Adrien resistió las ganas de estornudar. Sabrina, la mejor amiga de Chloé, que era un poco más baja que ella, de pelo rojizo y ojos verdes escondidos tras unas gafas gruesas, la distrajo unos segundos para mostrarle unos artículos que Chloé le había ordenado cotizar en línea. En ese breve lapso de tiempo Adrien vio su oportunidad y se sentó en el primer asiento vacío que encontró: delante, junto a un chico moreno, con gafas y unos audífonos colgados al cuello. Llevaba puesta una gorra, lo cual Adrien pensó que usaba para escapar de momentos incómodos de una manera sutil (o bien para u ocultar su desarreglado cabello) como ese.

—Hola —dijo Adrien—, me llamo Adrien.

—Todos lo sabemos, niño bonito —dijo el chico.

Adrien sintió la hostilidad cuando lo dijo y fue como si le dieran una bofetada. Su primer día de clases y ya estaba haciendo algo mal, ¿lo que era? No tenía ni la más mínima idea.

—Yo...

—Escucha —dijo el chico—, si eres amigo de Chloé, créeme, no perteneces aquí.

¿Acaso lo decía porque el padre de Chloé era el alcalde y el de Adrien era uno de los mejores diseñadores de París? ¿Hablaba del estatus? Estaba a punto de mencionar algo al respecto, pero luego decidió que eso no sería buena idea.

—Y ustedes dos —escuchó cómo decía Chloé a sus espaldas—, se quitan de nuestro asiento.

Adrien volteó y miró cómo Chloé hostigaba a dos chicas, una morena y otra pelinegra.

—Nos hemos sentado aquí desde que comenzó el semestre, Chloé, ¡y ya ha pasado casi un mes! —le respondió la morena.

—Dije que fuera de mis asientos —insistió Chloé.

—No son tus asientos, tampoco son de nosotras, y ¡oh sorpresa! No puedes decirnos qué hacer. No somos tus inferiores, para que lo vayas sabiendo —habló la pelinegra.

Adrien se quedó asombrado con esa actitud. Nunca había escuchado a alguien decirle las verdades en la cara a Chloé salvo esas chicas. Incluso él que tenía tanto tiempo conociendo a Chloé nunca se había atrevido. Aunque él no podía ver cómo temblaban las manos de la chica por el nerviosismo, o cómo torcía la boca con disconformidad. Él sólo miró a alguien atrevida.

¿Quién es Ladybug? [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora