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Había comenzado a nevar y Félix soltó una maldición antes de aventurarse fuera del edificio en busca de su hermano. Mientras su corazón le latía a mil y el repentino frío hacía que se le entumeciera la nariz, se sintió casi esperanzado cuando lo vislumbró a lo lejos, hasta que la escena cambió. Félix encontró a su hermano en condiciones que él no esperaba: abrazando a Marinette en medio de la nieve. ¿Qué era lo que pasaba por la mente de Adrien? Y Félix asustado de que su hermano saltara desde alguna azotea.

Pensó que al fin el estrés que significaba ser un Agreste había acabado con su hermano mayor. Entre las exigentes clases extracurriculares, las sesiones de modelaje, la escuela y complacer a su padre, cualquiera hubiese perdido la cabeza hace tiempo. Adrien siempre obedecía sin rechistar, y Félix siempre tenía una pequeña espina en su mente que le decía que tal vez un día no aguantaría y haría una locura.

Miró la escena. Duraron mucho tiempo abrazados, luego Marinette dijo algo y Adrien se rió. Se marcharon juntos. Adrien tenía los ojos hinchados. Félix los siguió, ¿qué otra cosa podría hacer? Se tomaron un chocolate caliente en la cafetería, luego Adrien se fue tranquilo a su habitación, como si no hubiese pasado nada.

Félix respiró hondo y regresó a la suya. Encendió su teléfono —el aparato que apenas utilizaba y que pasaba casi desapercibido entre sus pertenencias— para escribirle a su hermano, pero ya tenía un mensaje de Adrien diciéndole que disculpara la escena que había contemplado, que se sentía mejor y no tenía de qué preocuparse.

En medio de su habitación oscura y en silencio, escuchó su propio suspiro.

Marinette había salvado a un Agreste nuevamente. Sus pensamientos viajaron entre el poco tiempo que tenían juntos y la poca inteligencia emocional de su hermano. Aunque, ¿quién era él para juzgar? Estaba metido en el mismo aprieto.

Algún día tendría que ser sincero respecto a sus sentimientos, pero aquel no sería el día.


❇❇❇


La noche era fría y la luz de luna parecía danzar sobre la nieve. Se escuchaban risas de los pocos estudiantes fuera de los dormitorios, hablaban emocionados de trivialidades mientras contemplaban las lámparas de invierno alrededor de los pasillos. 

Chat Noir los escuchaba, casi sonriente, mientras aterrizaba en el techo de la biblioteca luego de un largo patrullaje nocturno. Ladybug apareció instantes después a su lado, con sus sentidos alerta.

—Despejado —dijo ella—. Supongo que ya podemos irnos.

—No, no —dijo Chat Noir—. Me debes algo, mi Lady.

Ladybug sonrió. —Pensé que lo habías olvidado.

—Imposible, mi Lady.

Chat le tendió la mano a Ladybug y dijo:

—¿Me concede esta pieza?

Ladybug rió y aceptó su mano. Ella quería pensar que se sentía cálida a pesar del frío, de lo que sí estaba segura era de que resultaba reconfortante y familiar. Chat Noir la tomó por la cintura y comenzó a guiarla en un baile lento. Ladybug, sin embargo, recordó el baile entre Marinette y Adrien,  dos personas que parecían no pertenecer a la realidad que ella contemplaba ahora, y la canción que había cantado Bridgette. Las circunstancias eran diferentes, pero estaba asustada... ¿Por qué se sentía igual con Chat Noir?

—Podríamos resbalar con la nieve y rompernos el cuello —apuntó Ladybug.

—Eso me pasaría a mí. Recuerda que soy un gato negro. —Chat Noir sonrió.

¿Quién es Ladybug? [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora