–¡Athir!– corrí hacia su pecho para abrazarla. Correspondiéndome, me estrechó contra ella.
–Mi niña– besó mi cabeza –Ha pasado algo increíble.
Separándome lo necesario, me senté junto a ella sobre la cama.
–Tengo tanto por contarte– le dije.
Sentí que en mi garganta se formaba un nudo. Encontrarme con ella me traía un sinfín de recuerdos y sensaciones a la vez, todas relacionadas con mi niñez y mi recién abandonada vida. Su olor me transportó a mi antigua casa, a mi infancia, a mis sueños, todo lo que dejé atrás. La calidez de su abrazo me había llenado de nostalgia.
–Y yo a ti– aseguró.
Levantándose, abrió la gaveta del tocador. Sacó algo de allí, era como un pedazo de tela gruesa enrollada, o cuero. Su aspecto era raro.
–¿Qué es?– curioseé cuando volvió a ocupar su lugar.
Ella lo desenrolló, tenía un color claro. Al abrirlo descubrí que estaba grabado, una serie de símbolos zansvrikos en tinta negra rodeaban ordenadamente el nombre de Athir, nombre que estaba escrito en rojo junto a una numeración.
–Parece cuero– comenté.
–Es piel humana curtida.
–¿Qué?, ¿De verdad?
–Y es mi carta de libertad– me sonrió –Soy libre– enfatizó –No sé por qué, ni cómo ha ocurrido, pero soy libre. De un momento a otro el Zethee me mandó llamar y me hizo entrega de esto.
Haciendo a un lado lo macabro de la presentación de la carta, le devolví la sonrisa también, pero ella se volvió triste. Fruncí el ceño al notar que la Damara de siempre habría estado fascinada con el asunto del pergamino de piel, me molestó que no estuviera siendo así últimamente. Deshaciéndome del pensamiento por lo pronto, continué:
–¿Qué sucede?
–No sé por qué me la han cedido. Pensé que por esa puerta entraría alguien a cortarme la cabeza o a echarme de Montemagno, pero entraste tú– acarició mi cara –Antes, mi hogar estaba contigo. Luego fui traída aquí, pero ahora que no soy esclava quedaré en la calle. No hay razones por las que permanecer en Montemagno, ni aun cuando Diego quisiera recibirme en su casa. ¿A dónde iré?
De a poco y a medida que hablaba, mi sonrisa se fue ensanchando. Ella frunció el ceño.
–¿No lo sabes, verdad?– reté.
–¿Qué?– preguntó, contrariada.
Tomando aire y valor, sacudí la cabeza, entonces lo solté:
–Me casaré con el Zethee.
Durante los primeros segundos, no hubo reacción. Luego de procesarlo, repitió:
–¿Casarte.... Con el Zethee?
–Y estoy embarazada. No es por eso que me caso, pero lo estoy. Descubrieron que el vampiro que me raptó estaba enfermo de algo raro que ahora tengo yo, algo peligroso, y Daniel va a protegerme para evitar que me maten.
Como permaneció inmóvil, creí que no me había oído, pero la palidez de su rostro fue la primera señal de que mi mensaje fue entendido con claridad.
–¡¿Qué es lo que dices?!– abrió los ojos lo mas que le fue posible y se tapó la boca con ambas manos.
–Athir, las cosas están relativamente bien. Te explicaré...
Con paciencia, al cabo de un rato ya le había hablado de Aer, de la arena, de mi sangre sivreugma, de Daniel, de sus planes, de sus propuestas. Intenté no dejar por fuera ninguna de las noticias. Por su parte, ella me escuchaba sin interrumpir más que para alguna que otra pregunta puntual.
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Diosa Roja | Libro 4
Ma cà rồngContinuación de "Festival de Cadáveres" Muchos son los rumores que corren entre los vampiros. El gobierno Zansvriko niega la tragedia del festival, por lo que ésta se ha vuelto un mito. La hipótesis de que el Zethee prepara una nueva arma provoca la...