Capítulo 13

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–Excusez–moi, mademoiselle, vous ne pouvez pas être là

....

–Que se passe – t – il?

.....

–Comment tu t'appelles?

....

Tu fais quoi?

.....

Où vas–tu?

....

Tanto el bullicio del club, como el de la arena, habían sido reemplazados por un silencio que de tanto en tanto hacía resonar en mi mente el eco de voces desconocidas, y cuyo mensaje yo no podía entender. Me sentí caminar en una espiral en movimiento con un velo en los ojos, donde el recuerdo que me agobiaba también se había vuelto menos nítido. Una luz al final del camino me atraía hacia ella, pero por cada dos pasos que yo daba, ésta se alejaba tres. Mis oídos estaban aturdidos, mis sentidos confundidos, mis pies eran los únicos que parecían seguros al andar, pero aún éstos se cansaron en algún punto y me deje caer justo donde sea que estuviera. La negrura acabó por absorberlo todo, dejándome a la espera de un rescate que no sabía si llegaría.

–¡Zrasny!

Una palabra que podía entender llegó al cabo de un rato. La voz que la había pronunciado ya antes la había oído, pero dentro de mi trastornada mente, no conseguía reconocer a quién podría pertenecer. Detrás de ella se formó otra, más fina, femenina, joven inclusive, pero de nuevo eran oraciones que no significaban nada para mí.

–Arrêtez! Pourriez–vous m'aider, s'il vous plaît? C'est une urgence.

–D'accord, parlez plus lentemente, je ne comprends pas– la voz que me había sido vagamente familiar, pronunciaba palabras sin sentido para mí, pero parecía hacerse más nítida. Decidí aferrarme a ella.

–Parlez–vous français?

–Bien sûr– sonó mucho, mucho más cerca.

–Qu'es–tu en train de faire?, ne me touchez pas, j'appelle la pólice!

–ce n'est pas nécessaire.

–Laissez–moi tranquille! AU SECOURS!

La voz femenina se había callado de pronto y el silencio se apoderó una vez más del entorno. Cuando escuché a la que me había parecido familiar, ésta parecía estar frente a mí.

–¿Qué haces aquí?– preguntó en tono preocupado –¿Puedes escucharme?

Aún sabiendo que daba lo mismo mantenerlos abiertos o no, decidí cerrar mis ojos fuertemente, deseando que la ceguera pasara.

–¡Zrasny!– volvió a decir.

Sentí que una humedad tibia se deslizaba por mis mejillas, tuve miedo, pero de alguna inexplicable manera, las lágrimas parecieron deshacer el velo que me enceguecía. Cual si fuera una imagen desenfocada que toma forma de a poco, la imagen de Leun Corel apareció frente a mí, acuclillado, observándome con angustia. Fruncí el ceño y vi a mi alrededor, estaba al fondo de un callejón, sentada en el suelo, recostada a la pared.

–¿Me escuchas?

–...Eso creo...– balbuceé, un nudo me ataba la garganta –¿En donde estoy?

–En el corazón de la ciudad, ¿Por qué viniste hasta aquí?

Aferré las manos a mi cabello, agachando la cabeza para echarme a llorar.

–¿Qué es lo que pasa?– se inclinó aún más hacia mí.

Diosa Roja  | Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora