Capítulo 14

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Bajamos al siguiente nivel y nos encontramos con una multitud apiñada en un salón debajo de nosotros. Todos bailaban al ritmo de la música que una banda tocaba en el escenario, cinco chicos vestidos de negro, dos con larga cabellera.  Eran vampiros. Nosotros estábamos al fondo pero su efluvio sobresalía, volaba por sobre todos los humanos que nos separaban de ellos. La música era extraña pero contagiosa, excitante, estuve segura de que nunca antes la había oído y no supe cómo clasificarla, mezclaba el ritmo clásico de los himnos zansvrikos con el rock, un género que a penas empezaba a difundirse para la época. Eran bastante buenos.

–¿Por qué un grupo de vampiros toca para un público común?– pregunté audiblemente.

–No tocan para ellos– Elizabeth acercó su rostro al mío –Tocan para nosotros.

–Pero acabamos de llegar.

–Esto es un club para vampiros– Miguel Angelo utilizó un tono engreído –Todo aquí es para nuestro disfrute, no de ellos– señaló a las personas con su mano –Ellos sólo son los bocadillos. ¿Qué encontraste antes de entrar aquí?

Me encogí de hombros.

–Afuera, ¿Notaste algo raro?

–No.

Pasando tras de mí hacia las puertas, tiró fuertemente de ellas. Fruncí el ceño.

–¿Estamos encerrados?

–Una vez que los clientes entran, los clientes reales, o sea nosotros– me explicó Diego –El protocolo del sitio encadena las puertas desde afuera para que cuando empiece la matanza nadie pueda salir.

–¿Asesinarán a todas éstas personas?

–Las beberemos– Miguel Angelo se acuclilló para susurrarme al oído.

–¿Qué haré yo mientras tanto?– me quejé. 

Me dirigí a Daniel, pero el despeinado entrometido se acomodó delante de mí con sus manos como puños, moviéndolos bajo sus ojos.

–Pobre niña, ¿Va a llorar?– aguzó su voz, sin detener sus muecas –Estoy encinta y no puedo beber, quédense a aburrirse conmigo– me señaló firmemente, hablando ronco –¡Pues no!, ¡Ninguno de nosotros aquí tiene la culpa!– miró de reojo a Daniel –Bueno– se encogió de hombros –Tal vez él.

–Nos puedes observar desde aquí– mi hermano caminó hasta la barandilla que se alzaba medio metro más allá.

–¿Qué clase de celebración es ésta en la que no puedo divertirme?– me sentía rezagada.

–No debiste comer los dulces antes de halloween– señaló Miguel Angelo –Malo, malo, malo.

Puse los ojos en blanco.

–No trajiste tu té– el Zethee se preocupaba por mis posibles próximas náuseas.

–Estaré bien, vayan ya.

–¿Segura?

–Totalmente.

–Bien– me regaló un beso.

Los vi unirse a la multitud entre tanto yo me apoyaba sobre la baranda, tenía varios sentimientos encontrados. Me provocaba intriga el cómo lo harían, y mientras pensaba en ello, recordé a Aer.

No pude evitar apartar la mirada del espectáculo un momento, a fin de concederme la privacidad de recibirlo en mi mente. Él estaba en desacuerdo con todo lo que se relacionara a hacer sufrir a los humanos, no justificaba el disfrute de su dolor. Estuve segura de que una fiesta como ésta, le hubiera sido intolerable. Pretendiendo ganar unos momentos, por si estaba siendo vigilada, presioné mis ojos cerrados con mis dedos. Me pregunté si el mensajero habría llegado a su destino, si lo habría encontrado y entregado mi carta. Deseé con todo el corazón que fuera así. Dando la espalda a la barandilla pero aferrada a ella, dirigí mi atención al techo, o al menos eso pretendí hacer creer. La verdad es que aproveché para imaginar mi vida si para ese instante, yo hubiera sido su esposa y no la de Daniel. No hubiera estado en un club a punto de atestiguar una masacre, sino que hubiera estado en un lugar distinto, al aire libre tal vez, haciendo algo muy diferente.

Diosa Roja  | Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora