Capítulo 3

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El pasillo inmediato que nos recibía se bifurcaba en múltiples túneles que daban la impresión de laberintos. Recordaba que había emergido de uno de ellos cuando el guardia me escoltó desde la habitación en que desperté tras lo sucedido en la arena, pero no conseguía saber con exactitud de cual. Daniel sin embargo demostraba conocer los corredores como la palma de su mano, pues no dudó ni por un momento, y a los pocos minutos llegamos a las grandes puertas que custodiaban su despacho.

–Si sigues adelante encontrarás la salida, Aljpes, o puedo pedir que te acompañen si así prefieres– ofreció.

–No es necesario– le palmeó la espalda –Estaré en Montemagno el año próximo, como siempre. Si antes de la fecha necesitas cualquier otra cosa, no dudes en contactarme.

–Así será– convino.

Alzando su mano al aire junto a una sutil reverencia, se despidió de mí y continuó andando, mientras que mi acompañante abría las puertas por fin.

–¿Y ustedes qué?– preguntó, pues encontró dentro algunos intrusos.

Seis pares de ojos nos devolvían la mirada. Elizabeth, Miguel Angelo, y Pery estaban sentados en los muebles del despacho. Al ver a aquel chico de cabello alborotado a quién había convencido de contarme todo, no pude evitar pensar en Savannah, un ramalazo de culpabilidad y preocupación me removió entera. Mi cuñada fue quién se levantó.

–Diego está adentro– señaló con la cabeza la puerta trasera, aquella que daba a la sala en la que yo había presenciado las torturas a Dieter.

–¿Con quién?

–Qristhel y un chico llamado Eryl.

–¿Qristhel?, ¿La de registros?– el Zethee se extrañó.

–Él cree que fue ella quién filtró la información sobre Damara. No tengo idea de quién sea el muchacho.

Hasta ese momento no había caído en la cuenta clara de quién hablaban, pero de pronto recordé a la chica: La rubia que coqueteaba con mi hermano aquel primer día que pise Montemagno.

–Ay por dios– se me escapó –¿Le están haciendo lo mismo que a Dieter?– me perturbé.

–No– me respondió Eli, su expresión denotaba seguridad pero algo me decía que si él estaba "interrogándola" allí dentro, no podía estar pasando nada bueno. No si lo hacía del mismo modo en que lo hacía Daniel.

El Zethee se relajó y exhaló con fuerza.

–Diego es un descarado, invade mis espacios para sus intereses personales– dijo en tono jocoso –¿Cree que alquilo mis salones para sus entrevistas o algo así?– caminó, llevándome de la mano. Me sentó en un mueble cómodo y bordeó su escritorio.

–Daniel, esto es serio– le reprochó Eli –Estoy preocupada.

–¿Ah sí?, ¿Y exactamente qué es lo que te preocupa?– golpeó uno de los aros de metal pegado al concreto tras de sí, eran cinco de ellos. El tintineo que produjo me dejó saber que había llamado a por alguien.

–Que le haga daño a esa chica.

–¿Y no es lo que debe hacerse?, ¿Desde cuándo dejamos de castigar a los mal portados?

Un vampiro de traje informal abrió la puerta, entrando al despacho. Frente al rey, éste le hizo entrega del sobre que protegía mi carta.

–Ve a administración, y que te den los documentos y el dinero necesario para tu viaje. Harás un rastreo– colocó el papel de manera que sólo el vampiro podía leer el nombre, dando unos toquecitos sobre las letras –No quiero que regreses aquí sin que puedas darme la certeza absoluta de que entregaste esto al destinatario en sus propias manos. Sabes lo que pasará si se extravía.

Diosa Roja  | Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora