Sin importar la prisa que hasta hace unos momentos tenía, Daniel dedico largo rato a disfrutar de las señales de vida y energía que nuestra cría nos regalaba.
–¿Tendrá hambre?– pregunté al cabo de un rato.
–¿La tienes tú?– se interesó.
–No– me reí –Aunque sí quisiera algo de chocolate... No, mejor helado. O un helado con chocolate.
–¿Helado de chocolate?
–Helado de maní, y una barra de chocolate aparte.
–De acuerdo– puso los ojos en blanco, aunque risueño.
–No respondiste mis preguntas sobre Pery, ¿Pudiste verla?, ¿Está bien?
–Se recupera, pronto estará como nueva. ¿Quieres despedirte de ella?
–¿Crees que quiera verme?
–Claro que sí.
–Entonces vamos. Espero que los demás no se molesten.
–Está bien, no estamos tan retrasados y será una visita corta. Perybandell está en su alcoba... ¿Encontraste tus aretes?
Llevé mis manos a los lóbulos de mis orejas con sorpresa.
–Los olvidé, ¿Están aquí los que traje de casa?
Señaló con su mentón el estante de perfumes, sólo entonces noté el cofre que yo misma había preparado la noche del viaje, en seguida lo busqué. Todas mis plumas estaban allí, ya las extrañaba. Una de ellas era de pavo real, su azul metálico brillaba intensamente y colgaba de una cuenta de arcilla que al artesano al que lo compré había hecho. Me encantaba. Tras elegirlo, lo pendí en mi oreja derecha.
–¿Ahora sí estás lista?– Daniel se había deslizado tras de mí para abrazarme desde la espalda.
–Lo estoy, sí– me giré hacia él, quién volvió a besar mi abdomen y me condujo hacia afuera.
Una vez dejado el camino habitual atrás, me sentí de nuevo perdida entre los pasillos del palacio, recorriendo sitios que nunca antes había andado. El último giro del largo corredor terminaba en una puerta redonda y blanca, simulaba la entrada a un túnel.
–Puedo esperarte aquí si quieres– Daniel me soltó la mano. Suspiré.
–¿No vas a despedirte tú?
–Yo ya lo hice.
–De acuerdo...– me aclaré la garganta –No me tardo nada.
Mi esposo asintió, extendiendo su derecha hacia la entrada, exhortándome a pasar. Yo asentí y continué, di dos toques a la puerta antes de girar la perilla, allí descubrí que estaba abierta. Un aroma dulce llenó mis pulmones, era muy agradable, volví mi rostro hacia Daniel y éste ya sacaba un puro de sus bolsillos, preparándose para encenderlo. Mordiéndome el labio, me incliné levemente para adentrarme a la boca del túnel... Y lo que encontré al cruzarlo, no era lo que esperaba.
Increíblemente, el salón era mucho muy alto. El piso terminaba al apenas atravesar el umbral, pues toda la alcoba estaba compuesta casi en su totalidad por una enorme laguna. Sus caminerías parecían flotar, eran circulares y de piedra, conducían hacia distintos puntos del salón, muchos de los cuales yo no alcanzaba a ver. El agua tenía un colorido peculiar, era azul plateado y una neblina translúcida se movía por debajo de ella. El aire no era menos fuera de lo natural, puesto que flotaban cientos de pétalos que no caían jamás, parecían hechos de terciopelo: Lilas, celestes, rosados, y blancos, todos muy brillantes. Nada allí era normal, pero su belleza hipnotizaba los sentidos, era un milagro a la vista.
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Diosa Roja | Libro 4
VampirContinuación de "Festival de Cadáveres" Muchos son los rumores que corren entre los vampiros. El gobierno Zansvriko niega la tragedia del festival, por lo que ésta se ha vuelto un mito. La hipótesis de que el Zethee prepara una nueva arma provoca la...