Capítulo 2

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–Bueno, estuvo bien ya– dijo, limpiándose la cara e incorporándose. Cuando lo hizo, descubrí a Elizabeth apoyada nuevamente en la pared, observándonos con la misma alegría nostálgica.

Caminando hacia la puerta, mi hermano se detuvo frente a ella, quién le acarició el rostro con amor.

–Ven conmigo por favor– le pidió –Hay algo que necesitamos conversar antes de mi encuentro con León.

Eli me dirigió una mirada con la que adiviné se sentía culpable de dejarme.

–No te preocupes– le dije – No pasa nada.

–¿Ztefy Khary te hacía compañía?– parecía insegura –Porque en cuánto llegamos salió y no la siento volver por ningún lado.

Suspiré.

–Mejor así– me alivié – No me agrada en lo absoluto, y creo que deberías tener cuidado con ella– le advertí.

Elizabeth me sonrío con confusión, como si no entendiera el motivo de mi desconfianza.

–Quien puede llegar es Daniel– se quejó mi hermano –Pero supongo que no importa mucho, dado que lo que quería, evidentemente ya lo consiguió. ¿O no?– me miró con reproche. 

De a poco volvía a ser el Diego de siempre y eso me daba cierta alegría, cuando actúa diferente significa que las cosas no están muy bien.

–No– le dije, con una pizca de ironía rebelde y fingiendo desinterés, tal como le habría respondido la Damara soberbia que el Zethee había conseguido desestabilizar.

–Que no crea que la tendrá fácil– alzó su índice, echando a andar –Le pondré los puntos sobre las íes.

–Volveré con Ittnis Zumi, ¿Sí?– propuso Elizabeth.

Me golpeé la frente con la mano.

–De verdad que soy la peor. ¿Cómo cuidaré de un niño? Si nunca pude atender una mascota, o si quiera recordar que la tengo.

–Me tendrás a mí– a ella le pareció gracioso.

–Vamos ya– le apuró su esposo, y ambos salieron dedicándome una despedida informal.

Yo les observé hasta que salieron de mi vista, quedándome completamente sola en la habitación de Daniel.

Por sus dimensiones, podría perfectamente servir de casa. Tan refinada como tenebrosa, sus colores oscuros y decoración tenían el gusto que sólo un vampiro podría disfrutar. Paseé mis ojos de nuevo por cada rincón como la primera vez. Las cortinas de luto, los candelabros siniestros y sus velas encendidas como única luz, la pintura plomiza de las paredes que combinaba con todo lo que rodeaba, allí encerrada no podía mas que respirar misterio y su olor... El olor de Daniel que se desprendía de todas partes. Cada centímetro de la estancia estaba cargado de él. Por las visitas recientes, el aire mezclaba los efluvios de Elizabeth, de Diego, incluso los de Ztefy, pero ninguno de ellos podía opacar la imponente presencia de el Zethee en el aire, aun cuando no estuviera presente. Me lleve la muñeca a la nariz en un intento por detectar su aroma en mi piel, pero no conseguí sentirlo. Continúe estudiando el lugar, sorprendiéndome de lo impecable y perfecto que estaba todo. ¿Cómo podía mezclarse lo lúgubre con la elegancia? La respuesta estaba allí. Girando sobre mi sitio, mi vista paso a contemplar el dormitorio: Erótico, oscuro, íntimo. Tan propio de él. Reconocí que de no saberme ahora con señorío sobre el lugar, lo codiciaría. Dediqué los siguientes minutos a reflexionar sobre el rumbo que ahora tomaba mi vida. ¿De verdad estaba tan mal como lo creía hacía un rato? Iba a desposarme con un rey. Aquel quién era dueño de todo, el que moraba en la cúspide del poder. Por debajo de él, todos los vampiros. Por encima de él, nadie. La sociedad lo veía como su autoridad, yo lo tendría como hombre... Un hombre de aspecto divino, deseable, hermoso y varonil. Y era mío. Fruncí el ceño y mi mente me repitió para mis adentros una vez más la pregunta: ¿De verdad estaba tan mal?. Recordé los pensamientos ambiciosos que concebí al conocerlo y mi actitud al decidir conquistarlo, ¿Ahora me lamentaba por lograrlo? Yo pariría un hijo suyo, eso tenía que ser muy bueno. Como si un velo me fuera quitado, de pronto caía en cuenta de que para bien o para mal, mis deseos se habían materializado. Miré mis manos, tomando consciencia del poder del que ahora era dueña, y de las ventajas que me daba ser la única. En el pasado, cuando aún era una humana ordinaria, anhelaba castigar severamente a todos aquellos quiénes a mi juicio lo merecieran. Hoy era capaz de llegar a niveles de poder inimaginables. ¿Qué dirían Daisy, y Bárbara, y todo su séquito si desde su abismo supieran todo lo que hoy día querría hacerles? Me habría divertido mucho más con ellos de haber poseído el alto poder entonces.

Diosa Roja  | Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora