Capítulo 22

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La-sensación-de-ir-en-tren/la-lujuria/-el-odio/la-melancolía/el-hedor-de-las-excretas/el-dolor-de-una-bofetada/el-sabor-de-la-pasta-de-dientes/la-ternura/la-vergüenza/la-satisfacción/Diego-gritándome/Diego-abrazándome/Diego-llorando/Athir-cocinando/Elizabeth-cargando-a-mi-hijo-en-brazos/Daniel-desposándome/mi-primer-día-de-clases/Aarón/mi-primer-halloween/mi-rodilla-sangrante/mis-entrenamientos-con-cuchillos/mis-lecturas-de-los-libros-zansvrikos/mis-deseos-asesinos/el-dolor-de-todas-y-cada-una-de-las-veces-en-que-se-rompian-las-barreras-de-mi-mente.

Creí que con el alto poder ya identificado, me serían más fáciles las siguientes sesiones, pero no fue así. La energía electromagnética, frenética y loca, se manifestaba sin falta cada vez que el loquero hacía su parte del trabajo. En una semana entera no había avanzado. Mi conciencia, subconsciencia, e inconsciencia estaban juntas una y otra, y otra, y otra, y otra vez y durante cada episodio el resultado era el mismo: Yo podía sentir el alto poder, me obligaba a dominarlo, con mucho esfuerzo lograba sujetarlo y moverlo a mi voluntad, pero sólo conseguía sostenerlo un par de segundos. Con las restricciones que buscaban evitar mi colapso, debía atenerme a las órdenes inmediatas de suspensión cuando fuera necesario. Estaba entre la espada y la pared. Una parte de mí se convencía de que, de no seguir hasta el límite, jamás mejoraría. Pero otra parte se cuestionaba el peor de los escenarios: El de continuar hasta desfallecer y morir en vano.

–¡Esto es estúpido!– grité, en medio de mi frustración. Estaba harta –Jamás lograré una mierda si me exigen detenerme cada vez que lo sostengo.

–Daniel supervisa tus valores vitales– repitió Longdok por trillonésima vez –Puedes sentirte fuerte, pero hasta los vampiros tienen un límite, y el alto poder es capaz de destruirlo, por algo los sivreugmos sufrían una desintegración espontánea.

–¿Cómo lo controlaré si me reprimen en el intento? – me limpié la sangre que corría de mi nariz con las vendas que tenía cubriendo mis manos, yo misma me las había puesto para tal fin –Ni siquiera puedo exponerla sin que entres en mi cabeza, esto no está funcionando, ¡Maldita sea!, ¡Estoy cansada!, ¡Perdemos el tiempo!

–No del todo– señaló el loquero –Pensamos que tu organismo está ganando tolerancia, si lo piensas, se te ordena detenerte después de un poco más de tiempo cada vez.

–¡Por dos o tres malditos segundos!

–Segundos que tu cuerpo está aprendiendo a resistir.

–¿Y cuánto tiempo se supone que pasaré así?, ¿Veinte o treinta años?, ¿Quieren que cuando salga y vea a mi hijo, ya sea un hombre?

–¿Qué pasa? – el Zethee bajó hasta nuestro nivel y cruzó la puerta para unirse a nosotros.

–Pasa que estoy obstinada– gruñí entre dientes –¡Esto es absurdo!, Daniel, ¿Puedes entender lo ilógico que es esto o soy la única cuerda aquí?– apuñé mis dedos y piqué mi sien un par de veces, mirándolo fijo y probablemente con expresión neurótica.

–Le explico a Damara que los lapsos que se le han dado para sostener el alto poder son mayores en cada entrada, y mientras tanto, sus valores han estado estables y dentro del límite seguro que conocemos, que eso le hace ganar dominio al tolerar el agarre por más tiempo sin sucumbir.

–¡¡POR DOS!!– me exasperé –¡¡O TRES!!– rugí con ademán –¡¡MALDITOS SEGUNDOS!!– repetí.

–Damara– Daniel me habló con severidad –Los compuestos de Elyjan han sido cada vez más diluidos.

–¿Y ESO QUE SIGNIFICA EXACTAMENTE?– le reté –No veo que ninguno de ustedes allá arriba haya muerto– siseé, con presión en el estómago de pura ira –El suero limita el alcance del alto poder y lo suspende al cabo de cierto período de tiempo, ¿Y eso qué?– me burlé, cruzándome de brazos –No tiene nada que ver.

Diosa Roja  | Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora