Capítulo 18

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En cuánto la exhibición del recuerdo terminó, me centré inmediatamente en el loquero, pues sentía moverse en mi mente la misma energía dolorosa y turbulenta de antes. Para cuando pasó y pude mirar a Daniel, éste tenía muy apretada su mandíbula, y sus brazos rígidos prensaban cada mano en un puño. Aferrando a mi bebé contra mí, entré en pánico.

–¿Por qué dijeron todo eso?– pregunté con angustia –Daniel, dijiste que la sangre sivreugma no se heredaba, mi hijo no está enfermo, ¿Cierto?, ¡¿Cierto?!

–No se hereda– juró –Son charlatanerías sin sentido. Hiciste bien– le dijo a su amiga –No importa lo que diga el resto de los consejeros, ninguno de esos dos recibirá un funeral zansvriko, y sus cuerpos no reposarán en el panteón de Montemagno. No daremos detalles, pero se sabrá que cometieron gran tradición y que sus huesos no serán guardados con los de sus antecesores. Se secaran fuera. Al olvido de todos los vampiros.

Involuntariamente, gemí. La mano de Athir buscó la mía, colándose entre mis dedos y el cuerpo de mi niño.

–No tienes por qué temer– mi esposo se acercó a nosotros –Los traidores están muertos, igual que sus amenazas.

–Sus hechicerías no tocarán a mi hijo, ¿No es así?– mi vista pasó de él a Elizabeth –Hacían una especie de rito con animales, ¿Para qué?, ¿Magia negra?, ¿Preparaban una maldición?

Daniel respondió.

–Hasta donde yo sé, los mellizos nunca...

–¡Ese hombre veía sin ojos!– le grité.

–Nunca tuvieron habilidades de ese tipo– añadió con firme voz –Nunca al menos en contra terceros, los precios de esas prácticas son muy altos y dejan huella, especialmente en vampiros. Yo lo hubiera detectado.

–No eran hechiceros– intervino Elizabeth, mientras que mi hermano evaluaba la escena en silencio –Sólo profetas... –aquello sonó con cierta inseguridad, como si sus propias palabras le provocaran temor.

–Profetas– repitió Athir con un hilo de voz, temblaba.

–Falsos profetas– juzgó Diego al fin –Conozco a todos en el palacio, sé lo que hacen y lo que no, cómo piensan, qué comen, en qué posición gustan dormir. Es mi trabajo– me miró por un instante –En aquel entonces, cuando empecé, estuve un tiempo tras ese par. Vi toda clase de hábitos ilógicos y asquerosos, cosas como las que Elizabeth nos acaba de mostrar. Abrir animales en dos, escudriñar sus vísceras– se encogió de hombros –No preparaban un hechizo. Buscaban, dentro de sus creencias, indicios del futuro. Lo hicieron en el pasado, cada vez que querían predecir resultados de una guerra, decisiones derivadas de eventos importantes, situaciones que involucraran a la sociedad zansvrika en general. Imagino que debido a su preocupación por Damara, eligieron este tipo de ritual. Pero puedes estar tranquila– me exhortó, confiado –El único acto directo en contra del niño, fue amenazar con asesinarlo. No hay ataques espirituales en esto, te lo puedo asegurar. Las maldiciones ni siquiera funcionan así.

–¿Y acertaron?– tragué saliva, nerviosa –En esos momentos en que miraron hacia el futuro, ¿Acertaron?, si mi hijo no está enfermo, si soy la única con sangre sivreugma y yo no lo enfermé... ¿Entonces a qué se refería esa profecía?, ¿Cómo podría destruir a los vampiros?, ¡No lo entiendo!

–Damara– Elizabeth exhaló con paciencia –No es una profecía. Es un invento. El intento desesperado de alguien quién quería obtener la razón a toda costa. Ariz Delyam es el hijo del Zethee, príncipe de los vampiros, heredero que liderará con orgullo a toda la raza zansvrika. Nada en el mundo puede cambiar eso. Ni las conspiraciones de envidiosos, ni las mentiras de charlatanes– se arrodilló frente a Adrián –Mi querido amor...– inclinándose, besó su frente –Te amo con el poderío de mil estrellas, y con esa misma fuerza te defenderé de quién sea.

Diosa Roja  | Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora