Capítulo 19

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Capítulo XIX

A diferencia de mis pretensiones, el resto de la tarde pasó tan rápido como no lo hubiera creído. Daniel y yo estábamos encerrados en nuestra propia burbuja cuidando de Adrián, disfrutando de él, disfrutando del descanso, y de la privacidad. Para cuando cayó la noche, Athir y Ztefy llegaron a la alcoba casi al unísono, mi nana para ayudarme con mi hijo y la rubia para encargarse de mí. Sin embargo sólo le permití peinarme, no luciría dibujos ceremoniales sobre mi cuerpo, así que decidí que yo misma podía vestirme. Yo no elegí el atuendo, era uno especial que los padres del vampiro recién nacido debían llevar: Una túnica negra hecha de seda, brillante y translúcida. La mía tenía caperuza, pero no así la de mi esposo. Debajo usé un vestido del mismo color para evitar discrepar y ocultar mis áreas más íntimas.

Siendo su madre, debía portar abundante joyería como parte del ritual, significaba suerte en las riquezas. También era imperativo que todas las alhajas estuvieran hechas de plata, ya que ello representaba la victoria de los vampiros sobre las armas enemigas. Terminé luciendo un collar exuberante, cual capa de hiedras plateadas que nacían de una gargantilla para morir entre mis pechos. Gracias a la transparencia de mi túnica, podía lucir las esclavas en mis tobillos y el par de serpientes metálicas que enrosqué a lo largo de mis piernas. Los aretes largos y voluminosos eran una pirámide invertida, formada por diminutas esferas como uvas. Puse anillos en todos mis dedos, incluyendo los de mis pies, con tres, y hasta cuatro aros en cada uno. Antes de que me viera adornar mis índices de mis manos, Daniel se acercó a mí con un pequeño baúl.

–¿Qué traes?– quise saber, me provocó curiosidad.

–Un regalo.

–¿Para mí?

Estudié la madera de la caja, estaba desvencijada. Cuando la destapé, pude ver su contenido. Eran un par de brazaletes bastante gruesos, hechos de plata, y se unían en delicados eslabones a dos cilindros delgados, uno cada uno, supe que mis dedos irían allí. Tanto los brazaletes como los cilíndricos anillos tenían grabados, incontables inscripciones zansvrikas.

–Es para ti, pero no es mío– suspiró.

–¿Cómo dices?– fruncí el ceño.

–Esto pertenecía a la madre de el Zethee anterior. La abuela de Elizabeth.

–¡Por todos los caídos!– se me escapó, quedé abismada.

–Elizabeth ha querido que lo tengas porque...

Ésta vez quién frunció el ceño fue él. Cuando guardó silencio, pareció reflexionar en algo. Asintiendo para sí mismo, continuó:

–La madre de Itrandzar no era esposa de ningún rey. Sabes que no todos los Zethees han tenido zrasny, y no todos los sucesores han ganado el trono por herencia de sangre. Pero cuando él llegó al poder, ella se hizo parte de la realeza y pudo llevar ésta vida. Itrandzar era un hombre sumamente entregado a nuestro culto, la respetaba como nadie, y en una ofrenda para con ella y para con nuestras tradiciones, mandó a fabricar éstas prendas– las tomó, dejando el baúl sobre una repisa –Las obsequió a su madre en un aniversario de existencia, una conmemoración que sólo los nacidos de vampiros pueden tener– deslizó sus dedos por sobre las inscripciones y explicó –Es una cronología de nuestra cultura, basta una sola mirada para conocer la historia zansvrika.

–Wow.... – lo toqué yo también –Quisiera poder leerlo.

–Ojalá pudieras– convino –Está todo artísticamente reseñado, este es un rezo– levantó uno de los cilindros a la altura de mi vista –Como podrás imaginar, su madre también era una adoradora de la cultura zansvrika, por lo que esto representó algo invaluable. Más aún en un día como en el que fue entregado, los aniversarios de existencia son muy importantes para los vampiros.

Diosa Roja  | Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora