Capítulo 1

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Mi pecho subía y bajaba, agitado, al compás de mi respiración. Mis trémulas manos intentaban calmar una a la otra y de tanto en tanto las paseaba por mi cara con angustia. Tras la puerta podrían estar sucediendo toda clase de conversaciones acerca de mi futuro, pero Daniel me había asegurado protección ahora que había aceptado complacerle.

Me había dejado esperando en su alcoba entretanto iba a por Elizabeth, yo se lo había pedido. Ignoraba dónde pudiera estar mi hermano, deseaba verle pero tenía miedo, me venía mejor encontrarme antes con el único ser cuerdo de aquel lugar. Incapaz de esperar pacientemente, empecé a pasearme de un lado a otro. Aquella era la misma habitación en que había estado apenas un par de días antes. Las paredes plomizas y la alfombra de pelo negro que envolvían los sentidos en seducción, ahora me daban una ligera impresión de cautiverio. No era desagradable, pero si bien antes me sentía como una invitada a la estancia, para ese momento me identifiqué más bien como un objeto más de los cientos que le adornaban, esos tallados de lujo perfecto, hecho por las manos de Dios. Tomé un diminuto dragón de mármol para observarle, al pasar mis dedos por su forma me pregunté si yo, siendo ahora una pieza más dentro de aquella sala, luciría tan magistral como él... Por supuesto que no. Negué con la cabeza, intenté sonreír de pura ironía, pero en su lugar mi visión se nubló por una cortina húmeda.

¿Qué sería de mí ahora? 

Sin devolver el dragón a su sitio, me senté sobre la alfombra, el movimiento me provocó un dolor cual si un cuchillo invisible se clavara muy dentro en mi rodilla derecha. El rostro decepcionado de Aer inundó mi mente como corriente agresiva. Su insistencia por ayudarme, su frustración ante mi negativa, su expresión al saberme encinta, su enojo al hablarle de mi ambición. Imaginarme lo que pudo sentir al decidir marcharse, lo que pudiera estar sintiendo en este momento. El modo en el que su boca se volvió una línea cuando Daniel le reveló lo que pasaba, fue el detonador con el que rompí a llorar. ¿En qué me había convertido Aer? Yo había permitido que él ablandase mi corazón. La Damara arrogante que había sido siempre, estaría reprochando mi actitud justo ahora. ¿En qué planeaba convertirme Daniel? Un monstruo poderoso capaz de dominar un poder único en su especie. La Damara usual habría adorado la idea. ¿Por qué yo no? 

Daniel... 

Encerrada en aquel aposento, el aire que respiraba estaba cargado del olor de su piel. Sucumbir a él me estaba costando un alto precio. Soltando la diminuta figura mística, acaricié mi vientre. Estaba totalmente perdida. Mis pensamientos pasaron de mi embarazo a los vampiros muertos, todos aquellos a quienes yo había asesinado de un tajo. Cientos de vidas perdidas y yo tenía la culpa. Meditando en ello, la Damara soberbia tomó posesión de mi conciencia, revelando a mi juicio su testimonio.

Ellos querían verme morir¿No fueron buscando un espectáculo? ¡Pues que mejor que ese!. Esos asquerosos cantaban, celebraban mi sufrimiento, merecían lo que les pasó, ¡Merecían lo que les hice!

Jurando que había escuchado mi propia voz a mi oído, me incorporé a medias, asustada y apoyando mis brazos vacilantes sobre la alfombra. Mirando a la nada, me mantuve concentrada tan sólo en el episodio escalofriante que acababa de pasar. Negando con la cabeza por segunda vez, quise llorar al hablar de forma audible.

–Me estoy volviendo loca– miré hacia el techo, revestido por un enorme espejo con marco de oro. Pude ver mi reflejo atormentado, tenía la cara roja y mojada –Voy a volverme loca– repetí, sin dejar de observarme. Y desde ahí, estudiando por primera vez aquellos ojos tan extraños, me di cuenta de que esa Damara me era una desconocida.

Apenas había roto lazo visual con ella cuando por fin dejé de estar sola. La puerta de la alcoba fue abierta de pronto, y tras ella apareció Elizabeth. Verla me hizo muy feliz, pero fui incapaz de demostrárselo, el desconsuelo era mucho más tenaz que yo. Echándose de rodillas frente a mí, me abrazó fuerte.

Diosa Roja  | Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora