14 "Niño mimado"

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Media hora más tarde, bajé y vi el festín que habían dispuesto sobre la mesa que se encontraba en el patio bajo la sombra de los árboles. Entonces cambié de idea respecto del desayuno. Capté la mirada de mamá cuando la señora Fernandez trajo y puso delante de mí un gran plato con huevos fritos, panceta, salchichas y tomates asados. Mamá era una persona muy cuidadosa con el régimen de comidas y el colesterol. Yo sabía que estaba a punto de hacer algún comentario acerca del desayuno.

— Me gusta ver que las chicas jóvenes como Mica coman bien. Con ese programa de entrenamiento tan estricto, necesitan toda la fuerza que puedan conseguir— Interrumpió la dueña de la casa.

Después de eso, mamá no podía decir nada sin parecer descortés. Y yo, por mi parte, no pensaba quejarme. Es más, en ese momento decidí que la vida con los Fernandez iba a ser más que soportable, después de todo.

Fierita y Tito llegaron a media mañana, justo cuando mamá pescaba a Camila que se escabullía de la casa en bikini y la mandaba de vuelta a su habitación para buscar el libro de álgebra. Intuí que todo este viaje se convertiría en una batalla de voluntades entre mi madre y ella.

Mejor, pensé. Eso las mantendrá ocupadas y fuera de mi camino.

En el momento en que la señora Fernandez terminaba de guiarnos alrededor de la casa, que tenía aspecto de haber salido de alguna revista despampanante de decoración de interiores, vimos a Fierita que subía tambaleando los escalones de entrado. En los brazos, traía una gran pila de cajas que se balanceaban a punto de caer.

— ¿Pero qué...— Comenzó a decir mamá cuando vio que colocaba la pila a mis pies.

— Acá tenes— El me señaló la caja más próxima— Probate éstas, alguna te irá bien.

— ¿Qué son?— Le pregunté a la defensiva.

— Calzado— Me respondió cortante y con cierta irritación— ¿Recuerdas el auspiciaste de calzados  del que te había hablado?—Asentí— Bueno, estas son las zapatillas. Pensé que sería una buena idea que estrenaras un par en tu primer día de entrenamiento. Es posible que haya algún periodista por ahí y el sponsor se sentirá complacido si alguien te saca una fotografía luciendo su calzado.

— Pero entonces—Dije tomando la caja que me ofrecía—¡Era cierto que alguien me quería auspiciar—Miré a mamá—¿Qué te parece, mamá? ¡Tengo calzado gratis!

Abrí la caja y me encontré con un par de gruesas zapatillas de tenis blancas, con un diseño ondulado verde en los costados. Con rapidez, cerré la caja y abrí otra. Luego otra más.

— ¿Que sucede?— Preguntó mamá.

— Todas tienen esa horrible cosa verde en los costados— Contesté decepcionada.

— Por supuesto que la tienen— Gruñó Guillermo— Ese es el diseño de su marca.

— Oh, bueno— Repliqué— Supongo que no están tan mal, aunque son un poco pesadas.

— Lo sé — Aceptó—  Pero úsalas hoy al menos, para probar como te sientes con ellas. Después de todo, esta gente está pagando un buen dinero para verte con sus zapatillas.

Suspiré.

— De acuerdo, lo intentaré. Hasta es probable que las use durante toda mi estadía acá. Me dará una buena excusa si llego a perder. Podré decirles a todos los periodistas que mis nuevas zapatillas me estorbaron todo el tiempo.

— ¿Qué clase de charla es esta?— Rugió— No quiero volver a oírte decir que perderás. Viniste acá para ganar ¿entendido? Ve a buscar tus raquetas y vamos a practicar. Tenes un torneo la semana que viene.

Atravesamos las hermosas calles suburbanas, que se encontraban bordeadas de jacarandá púrpuras, hacia el club Costa Norte. Flores de colores brillantes se esparcían sobre los cerdos y trepaban por los porches. Tomé conciencia de que aunque en casa era invierno, aquí nos encontrábamos en pleno verano. Doblamos en una esquina y para mi total deleite vi como dos cacatúas blancas que se hallaban en la calle, justo delante de nosotros, levantaban vuelo para posarse en un eucaliptos.

El sol que se colaba por la ventanilla me daba en los brazos, provocándome una sensación de bienestar. Por primera vez desde que este viaje había sido planeado, me sentí entusiasma. ¡Un verano extra para mí! No me importa lo que diga Fierita, me haré tiempo para ir a la playa y a fiestas. Seguiré el ejemplo de Camila y me divertiré.

El club era exactamente el tipo de lugar que alguien como la señora Fernandez presidiría: caro y elegante, con un clubhouse que parecía una casa particular y un vestuario con bancos tapizados. Cuando llegué, casi todas las canchas estaban vacías, pero se fueron ocupando poco a poco.

— Allá esta Candelaria— Comentó Tito apuntando a una chica bonita de pelo oscuro que se acercaba a nosotros— Accedió a ayudarte en el pre-calentamiento.

 Candelaria me sonrió con simpatía.

— Tenemos la cancha número dos— Nos dijo— Es la que está allí.

Una vez en la cancha, Cande y yo comenzamos a pelotear. Podía tener un aspecto delicado y endeble, pero no le faltaba fuerza para pegarle a la pelota. El pre-calentamiento que me había imagino suave, no lo era tanto. Debía realizar un gran esfuerzo mental para movilizar la raqueta cada vez que tenía que devolver los golpes.

[***]

Nunca la vida había jugado tan mal, Fierita chillaba histérico cada vez que algo me salía mal. Las zapatillas nuevas me hacían sentir pesadas y torpe. Como si hubiera estado tratando de jugar al tenis con patas de rana.

Cuando esa tarde volvimos a la práctica, no me sentía mejor. Encima, en la cancha de al lado, había un chico de pelo castaño, con una balde que estaba practicando saque. Cda tiro pasaba como zumbido feroz y pegaba justo en la linea de saque.

Cuando ya era tarde y tenía que volver a la casa para mi "fiesta de bienvenida" oí una voz que se alzaba en la cancha de al lado. El chico había dejado de jugar y estaba gritándole a alguien que se encontraba del otro lado. En ese momento, se dio vuelta furioso.

— Correte— Gritó. Tomó una pelota y la tiró con todas sus fuerzas. La pelota me pegó en una pierna muy fuerte.

— Hey— Le grité— Tené cuidado, la pelota me pego a mí.

— Entonces, la próxima vez salí de mi camino— Me contestó mientras se iba de la cancha.

Ni siquiera se molestó en juntar los pelotas con las que había jugado. Por lo que lo tuvo que hacer Laura que justo estaba ahí.

— No puedo creer como me trato, es un caradura.

— Acabas de conocer a Ignacio Nayar.

— En ese caso, el apodo de "Niño mimado" le queda corto. Tiene el ego más grande que tu casa.  

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