22 "Triunfo"

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— ¿Estás ciega?—Me gritó después de que un hermoso smash se desviara.

El público murmuró disgustado, aunque algunos sólo se reían.

— ¿Que te pasa?— Le pregunté en un susurro cuando cambiábamos de posición en la cancha— En las prácticas jugabas mejor que hoy. Relájate, no es más que un juego de caridad.

— Déjame tranquilo— Dijo volviéndome la espalda.

El partido continuó y el calor y la humedad empezaban a molestarme. Podía sentir que la ropa se me pegaba a la espalda y después de cada punto, tenía que detenerme para secarme la transpiración de la cara.

¿Habré hecho algo malo? Me pregunté cuando Nacho no dejaba de tratarme como poca cosa. Traté de pensar en todo lo que le había dicho durante ese día. No podía recordar nada que lo hubiese puesto tan furioso conmigo. Y hacía sólo una hora que se había ofrecido a acompañarme al campo. No, no era conmigo que estaba enojado. Quizás era la tensión que le producía jugar un partido, lo que hacía aflorar lo peor de él. Y realmente, estaba insoportable.

— ¿Dónde aprendió a arbitrar partidos de tenis? ¿En un curso por correspondencia?— Le gritó al árbitro cuando dio por malo un saque excelente.

— Cálmate— Le susurré— Recuerda cómo ibas a sorprender a todo el mundo cambiando tu imagen.

— Después de este partido— Respondió con un gruñido— En este mismo momento, lo único que quiero es matar a todos esos jueces.

— Vamos, Nacho, no pierdas la calma— Le dije— Lo único que lograrás si te alteras cada vez que el árbitro cuestiona algo, es que yo también juegue mal.

— ¿Que que no te vas?— Me contestó de mal modo.

— ¿En realidad queres eso?— Le pregunté con calma.

Me dirigí hacia un costado de la cancha y empecé a juntar mis raquetas. Pude oír el zumbido expectante que recorrió las tribunas. Nacho me miró asustado.

— No, Mica, no quise decir eso— Se disculpó.

— ¿Entonces qué es lo que quisiste decir?

— ¿Podemos continuar con el juego, Nayar?— Gritó el árbitro con voz aburrida.

— Un minuto, por favor— Gruñó mi compañero. Se acercó a mi— Cuando estoy tan nervioso suelo decir cosas que no pienso. No puedo dejar de enfurecerme, en serio, perdón.

— A mi también me da rabia algunas cosas que cobra— Le dije— Pero sé que demostrarlo no me sirve de nada. Nos están dando una paliza y realmente me hubiera gustado ganar. Pero, por otra parte, si no nos va bien, nuestro entrenadores decidirán que no fue tan buena idea que jugáramos juntos, algo que yo podría haberles dicho hace una semana atrás. Puede ser que dentro de una semana consiga un compañero a quien pueda dirigirle la palabra sin que él me conteste a gritos.

— ¿Terminaras el partido entonces?

Por un segundo, su rostro reflejó la mirada de un niño suplicante.

—Supongo que sí— Le dije— Aunque ya parece haber terminado.

— Detestaría perder.

— Yo también— Le aseguré— Aun cuando sólo se trate de un partido de caridad.

Después de eso ambos jugamos con energías renovadas. Corríamos por la cancha como locos, llegando a pelotas que nadie pensaba que podríamos llegar. El esfuerzo empezó a dar frutos. El calor de la tarde les estaba llegando a nuestros rivales. Pudimos arreglarnos para ganar el segundo set.

El tercero, comenzábamos a alejarnos en el tanteador. Quebramos el saque de Bianca en el tercer game, y yo me las arreglé para mantener el mío. Finalmente, Nacho jugó bien. Había vuelto a concentrarse y ahora poderosos servicios ya no eran salvajes. Hizo un saque sobre la línea central, tan rápido, que Bruno no amagó ni siquiera a moverse.

— Fuera— Gritó el juez de línea.

— Oiga, espere un minuto— Le grité al árbitro— El servicio pegó adentro. Lo vi perfectamente desde donde me hallaba.

— Fuera— Repitió el árbitro sin perder la calma— Quince a quince.

De pronto, me di cuenta de lo que había hecho. Sentí que mi rostro se encendía. Cuando me di vuelta, vi la sonrisa de Nacho.

— No querrás tú también ganarte una mala reputación ¿No?— Me dijo cuando pasé cerca de él.

Su sonrisa aflojó la tensión. Cuando llegamos al match point, Bianca devolvió un saque que pasó sobre mi cabeza. Para atajarlo, salté más alto de lo que jamás hubiese creído que podía, la toqué y la mandé uso al centro de la cancha entre los dos jugadores.

— ¡Muy buena esa Mica!— Gritó Nacho, que corría para ponerse a mi lado— Lo logramos. Sabía que lo haríamos— Me dijo después de estrecharles las manos a Bianca y Bruno.

— Pues por un momento me despistaste— Le dije riéndome aliviada y feliz por el triunfo.

Llegamos al borde de la cancha y aparecieron unos fotógrafos que de inmediato nos fotografiaron juntos. Cuando salíamos, se nos acercó un hombre encanecido, vestía un impecable traje color beige y su aspecto denotaba que era un rico hombre de negocios. Tomó la mano de mi compañero y se la estrechó con solemnidad.

— Muy bien hecho, hijo— Dijo— Me alegro de que hayas podido salir airoso. Con todo, ese medio voleo tuyo necesita más control y tu servicio fue bastante errático. Pon a Thiago a trabajar en eso. ¿Queres? No te puedes permitir nueve faltas dobles en un juego. Por no hablar de los errores espontáneos. Demasiados errores.

Nacho no dijo una palabra. Se dio vuelta y se dirigió al vestuario. Pareció olvidarse completamente de McDonald's. Lo vi alejarse, decepcionada.

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