28 "El origen de la ira"

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  — Hey, todavía me quedan algunos caramelos que compré para el viaje en avión. Toma, ten uno— Le ofrecí a Nacho al tiempo que le extendía el paquetito.

— Ahg cereza, pero es lo que hay— Dijo haciendo una mueca de asco.

Durante un rato, chupamos nuestros respectivos caramelos en silencio. Entonces dije:

— Nacho, de verdad lo siento. Todo esto es por culpa mía. Vos me dijiste que no había que apartarse de sendero, pero yo quería ver la kookaburra.

— Yo debí darme cuenta— Objetó Nacho— Nunca debí meterme en el monte en forma tan apresurada.

— Pero te arruiné tu única tarde libre. Podrías haber ido a la playa con tus amigos.

— En realidad, no voy a la playa muy a menudo— Contestó.— Mientras todos los demás aprendían a practicar surf, yo me pasaba el día jugando al tenis. Papa siempre se aseguró de que...— Su voz se desvaneció en el silencio.

No supe que decir. Me quedé callada con deseos de ayudarlo, pero impotente de hacer nada.

Ahora, la oscuridad era total y la noche a nuestro alrededor estaba llena de sonidos. Estaba sentada ahí, abrazada a mis rodillas, más por miedo que porque tuviese frío. No deseaba que Nacho supiese lo asustada que estaba.

En realidad, tal vez no hubiese nada que temer en las noches australianas y yo sólo estaba siendo tonta. En ese momento, quise saber algo más de Australia. ¿Qué clase de animales eral los que emitían esos sonidos? ¿Alguno de ellos sería lo suficientemente grande como para atacar gente? Me estremecí.

— ¿Tenes frío?— Preguntó él.

— Un poco.

— Dejé la campera en el auto, si no, te la prestaría.

— Gracias igual— Le dije.

— De noche este sitio es un poco fantasmal, ¿No te parece?— Me preguntó, como si hubiese sabido lo que yo había pensado.— Los pequeños ruidos que de día ni notarías, suenan como animales gigantescos y a uno se le da por pensar que hay cosas rodando por ahí, al acecho.

Mientras decía eso, oímos que la maleza del suelo crujía y no era el sonido de pequeñas patitas minúsculas. Algo grande y pesado se aproximaba.

— ¿Escuchaste eso?— Le pregunté en un susurro.

— Sí.

— ¿Que será?

— No se.

Bufé.

— Parece bastante grande, ¿Hay animales grandes por acá?

— No estaba enterado de que los hubiera— Me dijo él. Su voz sonaba tan tensa como la mía.

Comenzamos a levantarnos y la criatura parecida a un oso se detuvo al oír el ruido que hacíamos. En ese mismo momento, apareció la luna entre los árboles y él lanzó una carcajada.

— ¡Somos un par de tontos!

La criatura se detuvo sorprendida, se volvió y se alejó lo más rápido que pudo.

— ¿Qué?— Pregunté algo irritada.

— No era más que un tejón.

— ¿Qué es un tejón?

— Son unos pequeños animales inofensivos. Este debió parecernos más grande por la oscuridad. Pero yo había empezado a imaginar cosas, sabes. Preguntándome si habría alguna especie de animal más grande con la que nunca antes me había topado.

— Lindo montero resultaste ser— Le dije riéndome con alivio— Estoy comenzando a creer que sos un mentiroso. No creo que hayas salido al monte nunca antes.

— Si que he salido, pero siempre con mi padre. Solíamos venir acá cuando yo era chico, antes de que me dedicara a jugar al tenis seriamente.

— ¿Pero tu papá y vos no hacían las cosas juntos?

— No lo conoces.— Dijo— Es como en el ejército: él ordena, yo obedezco. Recién hoy me di cuenta de que nunca había tenido que pensar por mí mismo en el monte, porque mi padre estaba siempre ahí para tomar las decisiones. Es por eso que me perdí, él siempre estuvo para encontrar el camino por mí.

— ¿Estás enojado con él, no?— Le pregunté, después de un prolongado silencio.

— ¿Qué queres decir?

— ¿Te acordas cuando te dije que debías tener un montón de ira hirviendo dentro de vos y vos me respondiste que no querías hablar de eso?— Asintió— Bueno, creo que ahora comprendo. Estás enojado con tu papá y te desquitas en la cancha de tenis.

— Supongo que sí— Admitió luego de un rato— Mi padre es el tipo de hombre que quiere hacer todo. No quiero decir que sea malo, no es una persona cruel ni nada por el estilo. Hasta estoy seguro de que piensa que me ha criado de lo mejor y que somos muy unidos. Pero en la realidad, es como si yo no existiera como persona para él.

— ¿A qué fue él quien quiso que jugaras al tenis?— Le pregunté.

— Sí. Cuando yo tenía unos 10 años, él decidió que sería campeón de tenis. Me pagó los mejores entrenadores y hasta me hizo construir una cancha en el jardín de mi casa— Miró pensativo la oscuridad.— Hace un par de años me lastime el hombre y tuvieron que operarme. Mi padre no tuvo la menor compasión. 

>>Al contrario, me echó en cara que no continuara con el entrenamiento. Era como si una de sus inversiones no estuviese dando los resultados que él había esperado. Creo que fue entonces cuando me enojé.

>> Hizo que volviese a jugar casi enseguida, pero mi hombro me siguió doliendo todo el verano. Eso me ponía de tan mal humor que les gritaba a los que estaban en la cancha, tiraba pelotas para todos lados, esa clase de cosas. Y, como te consta, la imagen pegó. De repente, yo era el nuevo chico malo.

>> La prensa comenzó a esperar de mi ese tipo de comportamiento. Por un tiempo dio resultado, por lo menos había gente que no se me acercaba. Fue como interponer un muro— Se detuvo y me miró— ¿Por qué te estoy contando todo esto?

— Porque sabes que yo te entenderé— Le dije sencillamente.

Nacho me miró fijo. Pude ver el brillo intenso de sus ojos claros a la luz de la luna.

— ¿Vos me comprendes, no es cierto? — Me dijo al fin— Nosotros somos de la misma clase, ¿No?

Asentí. 

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