Habíamos concluido el descenso en zigzag y ahora seguíamos andando por el valle. El camino de tierra amarillento se hallaba salpicado por pequeñas sombras, que formaban las hojas de los gigantescos eucaliptos que lo bordeaban. Su perfume en el auto abierto era envolvente.
— ¿Nunca te molesta?— Le pregunté en forma tentativa.
— Si nunca me molesta ¿Qué?
— Que te llamen Niño Mimado.
— A veces.
— ¿Y entonces por qué lo haces? ¿Acaso estás enojada con alguien y utilizas la cancha de tenis para descargar tu hostilidad?
— ¿Por qué no te callas un poco y te ocupas de tus propios asuntos?— Me cortó en seco.
Le saqué la lengua sin que me viera. Mientras el saltaba con facilidad de roca en roca, pensé en el placer que me causaría darle un pequeño empujón. Pero entonces, las rocas se volvieron más resbaladizas y musgosas y tuve que ponerme a vigilar con precaución mis propios pasos. A medida que me concentraba en ello, fui olvidando la observación de Nacho.
— Fijate bien de no pisar ninguna víbora— Me recomendó en tono casual, justo cuando teníamos que atravesar un red espesa de raíces de árbol— Todas las víboras de Australia son venenosas.
— Gracias— Repliqué con un gruñido— Vos si que sabes tranquilizar a una chica.
— También tenemos arañas venenosas— Prosiguió divertido— Y ciempiés venenosos. De hecho, en Australia hay más animales venenosos que en ningún otro continente. Te mostraré un telaraña en embudo, si es que veo alguna. Son las más interesantes.
— Creo que prefiero saltearme lo de las arañas si no te importa. No soy una loca por los insectos.
— Cuando sales a menudo a caminar por el monto, llegas a acostumbrarte a las víboras y a las arañas, pero sé que a la gente de ciudad, el sólo verlos le produce escalofríos. Lo que hay que recordar es que son ellos los que están aterrorizados de vos y que lo único que desean es huir enseguida para estar a salvo.
— Sí, ¿Pero acaso ellos saben que yo también estoy aterrorizada?— Le pregunté mientras miraba mis pies esperando que en cualquier momento algo pasara arrastrándose por ahí.
Toda la charla sobre reptiles furtivos me había puesto inquieta. Apenas si me atrevía a tocar un árbol cuando necesitaba mantener el equilibrio y miraba con sumo cuidado dónde apoyaba cada pie.
Por fin, doblamos por un recodo y Nacho agitó los brazos, como si hubiese sido un mago que sacaba algo muy inesperado del sombrero.
— Mirá— Señaló— ¿Que te parece?
Estábamos parados cerca de una de las caras del peñasco. Delante de nosotros se veía una cascada que caía trémula sin interrupción, desde las rocas más altas. A su alrededor, crecían muchísimos helechos entre los riscos y la llovizna nos cubrió el pelo con pequeñas gotas.
Arriba, el sol dibujaba un arco iris.
La escena era tan espectacular que casi me quedo sin respiración. Mientras yo observaba la caída del agua iba variando. De pronto, brillaba la luz del sol. Después, durante un momento, toda la cascada parecía haber sido tallada en cristal y se quedaba inmóvil.
Miré a Nacho e iba a decirle algo, pero me contuve. El miraba la catarata con expresión de total fascinación en el rostro. Su imagen habitual dura y con el ceño fruncido, se había esfumado y, en su lugar, había una mirada suave.
— ¿Y? ¿Qué te parece?— Me preguntó con un tono de desinterés absoluto.
— Es increíble.
Asintió.
— La mayoría de los extranjeros piensan que Australia tiene un suelo seco y yermo. Un desierto arenoso. Ahora podes decirles que se equivocan.
— La cascada no me sorprende en realidad, pues a mí sí me advirtieron que no toda Australia era un desierto. Pero ésta es hermosa. ¿Como se llama?
— No creo que tenga nombre. Hay muchas de esta por acá. Yo encontré esta hace un par de años, cuando hacía caminatas con mi padre.
— ¿No volviste a salir con él nunca más?— Le pregunté— ¿Acaso ya esta demasiado viejo para esto?
— En los últimos tiempos, sólo se dedica al dinero y al tenis. No quiere hablar de ninguna otra cosa.
— ¿Así que ustedes se apartaron bastante?
— Eso es— Dijo sin convicción— Nos hemos apartado— Bajó saltando el primer grupo de rocas— Ven— Me llamó— Es mejor que regresemos al coche. Tenemos que salir del valle antes de que se ponga el sol. No quisiera conducir por ese camino abrupto en la oscuridad.
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Dobles Mixtos
FanfictionIgnacio "El niño mimado" Nayar Micaela "La Princesa de Nieve" Viciconte