26 "Perdidos"

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Por un largo rato, ninguno de los dos habló. Aunque nos encontrábamos en un claro, ya no había luz solar sobre las copas de los árboles.

Tragué saliva.

— Muy bien— Dije con la voz más calmada que pude— Afrontémoslo: estamos perdidos.

— No lo estamos— Contestó él airado— Me orienté mal, eso es todo. Debí haber tomado derecho hacia adelante a partir del gomero gigante.

— ¿Entonces qué dirección tenemos que tomar para llegar al sendero?— Le pregunté— .Será mejor si esta vez la encontramos, porque dentro de media hora estará oscuro.

Nacho exploró un poco más a su alrededor.

— Por acá. Estas ramas las hemos pisado hoy, si seguimos la huella nos conducirá de vuelta.

— Gracias a Dios— Dije y me apresuré a ponerme a su lado.

Nos pusimos a caminar en silencio. De tanto en tanto, Nacho hacía una pausa buscando señales de que habíamos pasado por ahí antes. Yo no decía nada, pero empezaba a sentirme más y más asustada. ¿Acaso no nos había tomado sólo unos minutos llegar desde el sendero al claro? Ahora parecía que hacía horas que estábamos caminando. La luz se iba desvaneciendo segundo a segundo. Las hojas que habían tenido diversos tonos de verde, ahora se veían grises. Además, también había bajado la temperatura y yo, vestida con ropa muy liviana, empezaba a tiritar.

De pronto, el pequeño camino que seguíamos se terminó en una pila de rocas. No había señal alguna del sendero, ni de que algún ser humano hubiese pasado por ahí antes que nosotros. Comencé a recordar todo lo que Nacho me había dicho más temprano: que la gente podía perderse en estos montes sin que nunca se la pudiese hallar, que los primeros que trataron de atravesar estos valles nunca habían regresado.

— Ahora sí que estamos perdidos— Le dije. Sabía que parecía enojada, aunque en realidad estaba asustada.— Creí que eras el guía más avezado en el monte, ¡Pero resulta que lograste que nos perdiéramos a sólo dos pasos del sendero!

— Nunca hubiéramos abandonado el sendero si vos no hubieses querido ver a esa estúpida kookaburra— Me retrucó.

— No creí que un experto como vos pudiera perderse— Le dije— De haberlo creído, habría atado una cuerda al auto para que pudiésemos encontrar el camino de regreso.

Nacho se volvió y me miró. Los ojos le centelleaban en forma peligrosa.

— Ese es el agradecimiento que recibo—Gritó— Renuncio a mi única tarde libre para llevarte a pasear, cuando podría haber ido a la playa con mis amigos. Podría haber estado con chicas divertidas, chicas que no lloriquean y se quejan cuando las cosas no salen bien.

— No estoy lloriqueando— Le dije gritando yo también— Estuve una hora entera en un auto con un chico que no hizo más que hablarme de su experiencia en realizar caminatas por el monte, de que él es el único que conoce el camino por estos valles, que no teme a las cosas que se arrastran, que puede recorrer estos senderos durante diez días sin comida ni bebida, con los ojos ventados, con los pies atados...

Él no me quitaba los ojos de encima. Mientras yo seguía gritándole, él comenzó a sonreír. Primero las comisuras de los labios se curvaron hacia arriba, luego se le plegaron los costados de los ojos, después comenzó a emitir una risita ahogado. Finalmente, se rió a rienda suelta. A esa altura me contagié y yo también comencé a reírme ante lo absurdo y completamente desesperado de nuestra situación. Durante un rato no hicimos más que eso; mirarnos el uno al otro y reírnos como idiotas.

— Nacho— Le dije al final— ¿Qué vamos a hacer?

Sacudió la cabeza para indicar su desconcierto.

— Solo le dije a mi padre que te llevaría a conocer las Montañas Azules. No le dije a que parte y hay millones de valles como éste. Pero no te preocupes, hallaremos nuestro camino hasta el auto mañana a la mañana.

— Pero... ¿Y esta noche?— Le pregunté y esta vez no pude disimular el temblor en mi voz.

— Creo que no tenemos más remedio que pasarla acá— Me respondió.

— ¿Acá mismo?

Miró a su alrededor. En la penumbra, las rocas que había detrás de nosotros parecían criaturas prehistóricas gigantescas.

— Este lugar es tan bueno como cualquier otro. Por la mañana,podremos trepar a estas rocas para ver si encontramos la salida.

— Supongo que tenes razón. Vení, vamos a ese sitio a sentarnos, parece más resguardado— Fuimos hasta las tocas y encontramos una parte lisa que podía servir de asiento— Todavía conserva el calor del sol— Le dije. Me senté y apoyé la espalda sintiéndome muy cansada.— Supongo que se enfriará durante la noche.

Dobles MixtosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora