Han pasado varias semanas desde mi última anotación. Las cosas se han complicado cada vez más; mi nuevo empleo roba bastante de mi tiempo y el cuidado del tercer Lukas se ha vuelto agotador. En varias ocasiones me he visto obligada a complementar sus conocimientos sobre cómo ir al baño, lo que me ha costado horas enteras de sufrimiento. No deseo profundizar en el tema.
¿Recuerdas la llegada de ese cobertor sospechoso y del paquete de utensilios que jamás adquirí por mis propios medios? Pues ha ocurrido de nuevo, aunque esta vez, los cobertores han cambiado por un par de cobijas térmicas (ideales para el frío invierno de diciembre). Y no solo eso, sino que, además, los alimentos continúan llegando a la cueva acompañados de artículos de aseo y ropa limpia. El donador misterioso parece conocer con exactitud todas y cada una de nuestras necesidades, como si realmente pudiera observarnos. Esta cuestión me tiene alarmada, pero admito que, pese a su dudosa procedencia, los obsequios siguen siendo de una increíble utilidad.
No creo que Lukas haya visto tampoco a ese extraño vigilante, y si lo ha hecho, no pienso que sea capaz de decírmelo, mucho menos de comprenderlo. Habla muy poco, responde con monosílabos y sus frases no van más allá de combinaciones simples como "me gusta el helado", "me llamo Lukas" o "gusano feo"... Ahora me percato de que posee un odio extremo hacia cualquier cosa que tenga similitudes con un insecto.
—¡Yonne! —me llamó él de repente.
—¿Qué sucede?
Señaló el suelo para indicarme que deseaba verme sentada a su lado. Lo vi juntar un puñado de ramas y hojas secas, ordenándolas en una perfecta línea recta mientras se aseguraba de colocar cada una de ellas muy cerca de la anterior.
—Yonne, ¿quieles? —Tampoco sabe pronunciar la r, pero admito que sus balbuceos al intentarlo son adorables.
Reunió otro grupo de hojas, poniéndolas a mi alcance para que yo también tuviera la oportunidad de acomodarlas al final de la fila.
—¿Quieres que juegue contigo? —traté de adivinar.
Él asintió y me dedicó una leve sonrisa antes de regresar la mirada hacia su hilera improvisada de "interesantes" objetos del bosque.
—Bien —accedí para cumplirle el capricho—, pero solo será por un tiempo porque tenemos que ir al trabajo.
Salir temprano de la cueva era ya una exigencia si lo que buscaba era no toparme con los primeros rayos del sol. Rudolf solía esperarnos cada mañana cerca de la puerta de entrada y Martha siempre estaba dispuesta a cuidar del niño durante mi ausencia. En verdad me sorprende que ninguno de los dos haya cuestionado todavía el crecimiento repentino de Lukas, pero es un detalle que... Alto, ¡no lo malinterpretes! Estoy más que agradecida por ello.
—¡No! ¡Ahí no, Yonne! —Haber colocado un madero al principio de la fila hizo que Lukas comenzara a quejarse con desesperación—. ¡Ahí no!
—De acuerdo, lo siento —me apresuré a corregir mi error, esta vez acomodando aquella rama por la parte final de la línea—. ¿Así está mejor?
—Sí.
Dato que debo obligarme a memorizar: los cambios de rutina y las cosas desordenadas parecen fastidiarlo a gran escala.
—¡No! ¡Yonne!
—Cielos. —Entorné los ojos—. ¿Y ahora qué ocurre?
Me mostró las manos con preocupación.
—¿Qué hay con ellas, Lukas?
No fue hasta que lo vi señalar los restos del lodo en sus dedos que comprendí lo que trataba de darme a entender.
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Mi tiempo es inestable
Romance[Libro 2] Para solucionar el desastre que causó, Yvonne se ve forzada a resolver una serie de desafíos que ponen a prueba tanto su ingenio como su interés por recuperar la vida que perdió. A medida que avanza en su misión, los misterios van en aume...