Capítulo 11: 26 de marzo de 2004

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De esta forma transcurren los días, deslizándose tan rápido que, en ocasiones, parece imposible seguirles el paso. ¿Cuáles son las implicaciones? No muchas, al menos no más que meros sentimientos de pánico, angustia y una triste decepción que... ¡Agh! Un completo desastre, mejor dicho, un verdadero caos cuyas razones van más allá de simple tiempo perdido.

Hacía unas semanas nos vimos obligados a abandonar nuestra cueva. El bosque se convirtió en una zona peligrosa, perdí el empleo que tanto había luchado por conservar y los únicos dos adultos en quienes confiaba (Rudolf y Martha) ahora no son más que viejos y olvidados recuerdos. Las cosas son diferentes, y no hablo solamente de un cambio de escondite o de un nuevo Lukas que parece tener mucha más astucia que antes, sino de aquellas "coincidencias" perturbadoras que no hacen más que mantenerme con un nudo en la garganta.

Pausa.

Volveré a retomar el asunto de las coincidencias más adelante. Por ahora, me gustaría concentrarme en otro detalle que quizá deberías conocer primero antes de pasar a comprender el punto anterior.

La cuestión es la siguiente: el día de hoy fui rechazada y aceptada para el mismo puesto de trabajo, en el mismo lugar en donde solicité el empleo y por la misma persona a quien rogué tuviera la iniciativa de contratarme. Parece un poco confuso, ¿no es así? Cierto, aunque no por eso terminó siendo el asunto más desconcertante de todos.

Todo comenzó con una caminata extensa que tenía el objetivo de encontrar un nuevo cuarto de hotel. Nuestra reservación había expirado esa mañana y recorrer las calles de Frankfurt se convirtió en la única forma de ubicar algún sitio de alojamiento, en especial tomando en cuenta que el costo por permanecer en la habitación de antes resultaba simplemente inaccesible. Así que, al final, terminamos como un par de fugitivos sin refugio; Lukas y yo en medio de una gran ciudad, sin ninguna clase de apoyo económico, social o intelectual... Ni siquiera moral. Se podría decir que estábamos desamparados. Ya me había hecho la idea de verme en la penosa obligación de solicitar un préstamo financiero cuando me topé con la fachada de un imponente instituto educativo que, por suerte, había pegado un anuncio de empleo contra las barras metálicas de su puerta principal.

—Espera, Lukas.

Tuve que sujetarlo de la playera para evitar que continuara andando por la acera.

—Mira esto. —Le señalé aquel aviso, mas notar que su rostro continuaba tan inexpresivo como antes fue suficiente para reparar en una cosa—: ¿No sabes leer todavía?

Clavó la vista en el pavimento.

—Papá sacerdote me estaba enseñando, pero...

—Apenas estabas aprendiendo —deduje sin complicaciones.

El niño me echó una mirada de vergüenza antes de asentir.

—Bien, no tienes que preocuparte por eso, luego nos tomaremos el tiempo para practicar. —Regresé la vista hacia la cartulina—. Es un anuncio de trabajo, están buscando una maestra de italiano —le informé—. Y... en ningún sitio se especifica el rango de edad.

—Pero tú no hablas italiano, ¿o sí?

Una sonrisa se dibujó en mi cara sin que pudiera hacer algo por evitarlo.

—Te sorprenderías al saber que, en realidad, ya conoces de antemano esa respuesta porque tú también tienes experiencia con el idioma.

Estoy segura de que no comprendió ni un ápice de lo que dije, aunque admito que, en ese momento, fue lo que menos pareció importarme. No podía centrar mi atención en otra cosa que no fuera en lo afortunada que aparentaba ser dicha situación, quiero decir, ¿profesora de turno matutino para un grupo de niños? Todo indicaba que se trataba del empleo perfecto para mí, ¿o es que terminar gritando ciertas cosas en italiano no te resulta demasiado familiar?

Mi tiempo es inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora