Prólogo

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Un secreto que jamás debió revelarse y una misión que ahora debe cumplirse. Dicen que con el tiempo no se juega: un error tiene sus consecuencias. Así que, una vez más, hemos regresado al principio de esta historia.

Querido diario: ¿por fin entiendes los motivos de mi inmensa carga de agobio? Te dije que lo ocurrido no sería sencillo de asimilar.

Si papá estaba en lo correcto, entonces no solo acababa de convertirme en el enemigo principal de dos especies en rivalidad, sino que, además, me encontraba en una línea de tiempo alternativa en donde todo el mundo parece estar tratando de dar con el paradero del mismo blanco. En esta nueva realidad, Isabel ha pasado doce años asumiendo la obligación de olvidarse de su propio hijo, el grupo de las SS ha iniciado una búsqueda de tintes interminables y el chico de quien estoy enamorada ha quedado dividido en doce versiones diferentes gracias a la "asombrosa" magia del medallón.

Qué fracaso... En definitiva, nada de esto formaba parte de mi plan de emergencia.

Caminé por horas para encontrar un escondite que pudiera alejarnos de cualquier peligro, en especial ahora que la marca de Lukas se ha convertido en un rastreador. Debo admitir que su alcance no parece tan efectivo como lo creía, y lo cierto es que tampoco entiendo muy bien porqué. Cualquiera hubiera supuesto que el mago responsable del hechizo daría con su ubicación de manera casi instantánea, ¿no es así?

Sé que ocultarnos en el interior de una pequeña cueva al oriente del bosque de Frankfurt es rústico y anticuado, mas resultó ser mi única alternativa después de que el medallón decidiera sorprenderme con otro más de sus mensajes en verso:

💢Tienes que recordar que ayuda ya te he brindado y a nadie más debes acudir o un mal paso habrás dado.💢

Estaba en mis planes visitar a mamá y simplemente confesarle las implicaciones de mi error, con lo cual conseguiría alojamiento, apoyo de una experta en pañales y una enorme reprimenda que estaba dispuesta a aceptar. Sabía que ellas estarían decepcionadas conmigo, pero la idea de recibir un castigo me pareció tolerable comparada con la noción de cuidar de un bebé sin su completa ayuda. Sin embargo, fue la advertencia del medallón lo que me hizo reparar en el grado de responsabilidad que hoy por hoy recaía sobre mis hombros: no más ayuda, pistas ni asesoramientos; estaba claro que este era mi problema.

Por suerte, conservo aún algunos elementos de supervivencia básica en mi mochila para viajes: ropa, calzado y mi propio diario de anotaciones, además de cien euros que encontré en el bolsillo trasero de mi pantalón (un billete que mamá me había ofrecido como regalo de cumpleaños y que, en estos momentos, agradecía profundamente que se hubiera tomado la molestia de obsequiarme). En otras palabras, al menos contaba con un poco de dinero para tratar de solventar las secuelas de dicha catástrofe y, en realidad, eso ya es mucho decir para una novata en "reparación de cronologías" como yo.

Pues, para este punto, cualquier cosa podría marcar la diferencia entre tener éxito en la misión o fallar vergonzosamente en el primer intento.

Buscar a los doce es lo que más me importa ahora. Todo es culpa mía, por eso estaba decidida a dedicarle cada segundo de mi tiempo a la única persona que, a partir de este instante, se convertiría tanto en mi compañero de piso como en mi nuevo camarada de aventuras. Un pequeño niño cuya mirada todavía no conseguía hacer que se posara sobre mí.

—Vamos, Lukas, estoy frente a ti —le reclamé, recostándolo sobre mis piernas con tal de tener la posibilidad de sostener su carita entre mis manos—. ¿Ni siquiera vas a mirarme a los ojos? Casi todos los bebés prefieren prestar atención a los rostros de las personas.

Nada. Y, con probabilidad, la clave estaba en el "casi todos".

—Cielos, sí que debes odiarme. —Evidentemente, aquella no era la razón por la que el chiquillo se empeñaba en apartar la vista. Aun así, no podía evitar creer que, de encontrarse aquí, el verdadero Lukas estaría más que molesto conmigo—. ¡Agh, en serio lo empeoré todo! ¿Por qué tenía que ser tan terca y afanarme en hacer algo tan estúpido?

Haber alzado la voz también bastó para que los quejidos del niño comenzaran a volverse un tanto estruendosos.

—No, no, ¡no llores! —le supliqué con desespero—. Por favor no llores.

Ja, ¡claro! Como si ponerme a rogar en verdad tuviese alguna clase de efecto.

Aparte de todo, estaba hambrienta; podía escuchar los ruidos de mi estómago incluso aunque el llanto de Lukas fuera tan escandaloso como un par de sirenas de policía. Abandonar la cueva por la mañana hasta dar con el paradero de alguna tienda de conveniencia quizá sería lo más pertinente... Cualquier establecimiento que como mínimo tuviera la facultad de surtir a una "madre principiante" de productos alimenticios y artículos de cuidado diario. ¿Qué otras atenciones necesitan los bebés además de leche y pañales? Nunca antes me había preocupado ni por asomo en saber de este tipo de cosas.

Mi tiempo es inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora