Capítulo 14: 14 de mayo de 2004

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Intentaba hacer que Lukas aprendiera italiano. Como ya era costumbre, cada final de clases solíamos visitar la biblioteca escolar mientras el resto de los alumnos esperaban pacientemente por la llegada de sus padres. Utilizábamos uno de los cuartos del ala oeste como nuestro propio salón de estudios. Lukas aprovechaba el tiempo para hacer tarea, leer cuentos infantiles o memorizar los contenidos vistos durante las clases; yo prefería pasar las horas planeando las lecciones de idiomas, preparando actividades o calificando los trabajos asignados a mi grupo de estudiantes.

Era consciente de que el tercer grado ni siquiera contaba con sesiones obligatorias de italiano, pero (por capricho mío) quería que mi compañero tuviera la oportunidad de recuperar todos aquellos aprendizajes que alguna vez sí formaron parte de su repertorio de conocimientos y habilidades. Por eso convertirme en su profesora privada durante las tardes de cada viernes no parecía una idea tan mala después de todo.

Molto piacere —repitió Lukas.

—Vuélvelo a decir —le aconsejé—, así se quedará grabado en tu memoria.

—¿Por cuánto tiempo se queda grabado? ¿Para siempre o se borra más tarde?

Aquello me sacó una carcajada.

—No importa, es una forma de decir. —Volví a enfocar la vista en el cuadernillo de principiantes, asegurándome de retomar el primer bloque del vocabulario—. Ahora la siguiente palabra.

—Ya me sé toda la lista, Yvonne —pronunció con el gesto serio—, de verdad.

—Ah, ¿sí?

—La última vez, me dijiste que tenía que aprenderme todas las palabras.

—Bueno, sí, pero no creí que... —Parpadeé varias veces, incrédula—. ¿Las memorizaste todas?

Él asintió.

—¿Estás seguro? —quise confirmar.

—Seguro —garantizó.

—¿Tan seguro como para responder a un examen justo ahora y obtener todas las respuestas correctas?

Lo pensó por un momento, clavando la mirada en el piso para evitar encontrarse con mis ojos.

—Sí —respondió finalmente.

—Vaya —solté un suspiro—, debes de haber estudiado durante horas.

—No, no tanto —que confesara eso con tranquilidad me llevó a creer que, quizás, se trataba de una excusa para saltarse el bloque de repaso.

—Entonces, ¿por qué piensas que ya te las sabes? —inquirí—. El viernes pasado solo estuvimos aquí por unos veinte minutos.

—Pues estuve todo ese tiempo estudiándolas.

Lo miré con sospecha, especialmente porque sabía que un chiquillo de ocho años jamás podría memorizar una lista de treinta nuevas palabras en un periodo tan corto como ese.

—Si estás tan seguro de haberlas memorizado, supongo que no tendrás ningún problema con que te haga unas preguntas.

Me había planteado la idea de obligarlo a responder un simple cuestionario escolar, pero desviar la vista hacia la banda tejida que reposaba sobre la mesa me llevó a cambiar de opinión. ¿Recuerdas esa cinta con botones incrustados que, hacía unos días, te dije que caracterizaba al uniforme de las tropas scout? Pues esos estampados de colores son tan importantes para el octavo Lukas que, incluso, los lleva a consigo a todas partes. Carga con ese montón de insignias dentro de la mochila como si en serio se trataran del más preciado de sus tesoros.

Mi tiempo es inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora