Capítulo 10: 15 de febrero de 2004

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Ibas Hotel Centrum; a lo visto, la tarjeta correspondía a un cuarto de doble cama casi al final del pasillo del segundo piso. La aparente credencial de plástico (que al principio confundí con un boleto de cupones acumulables) era, en realidad, una llave moderna que debía insertarse en la parte superior de la cerradura para abrir la habitación. Fue toda una sorpresa cuando la recepcionista del vestíbulo me informó que ya contaba con una reservación, una que, además de todo, había sido pagada con anticipos desde hacía varios días. ¿Extraño? Yo diría que bastante. Jamás imaginé que un sacerdote anónimo conocería cada detalle acerca de mi misión, mucho menos que estaría dispuesto a ayudarme aún sabiendo que un chiquillo tan desafiante como Lukas quedaría en manos de una inexperta niña de trece años. Aquel hombre confió en mí, y lo más desconcertante del asunto es que ni siquiera entiendo el porqué.

Me prometí a mí misma que no pensaría más en ello. Sin importar cuán inquietante pareciera, estoy segura de que traerlo a mi mente cada cinco minutos no es de mucha utilidad, en especial ahora que una nueva situación acaba de adueñarse del punto número uno de mi lista de "circunstancias inesperadas que terminan siendo terriblemente agobiantes". Admito que siento algo de miedo. No comprendo nada de lo que ocurre y, por si fuera poco, tengo la certeza inminente de que esto ya ha ido demasiado lejos.

Comenzaré confesando que, por primera vez, me he dado cuenta de un detalle muy particular: aquella persona que nos sigue a todas partes (la que se toma la tarea de enviarnos obsequios, mantenernos vigilados y abastecernos de todo tipo de provisiones) es también la misma que, de manera que no puedo explicar, tiene un acceso limitado a algunos de mis sueños más recientes. Quizás dirás que me he vuelto loca, pues ¿quién en su sano juicio creería en la estúpida hipótesis de un "ente ajeno" que tiene la capacidad de entrometerse en los sueños de alguien más? El planteamiento es ridículo por sí mismo, pero antes de que confirmes que he perdido la cabeza, te pido prestes atención al resto de la historia.

Era casi la 1.00 a.m. para cuando tomé la decisión de irme a la cama. En ocasiones, escribir para ti hace que pierda la noción del tiempo, y admito que esta vez no fue la excepción. Cuando menos lo pensé, ya era más de media noche y Lukas aún continuaba sentado sobre la alfombra, fingiendo que armar un rompecabezas sería mucho más importante que cumplir con sus horas de sueño.

—Cielos, ¿no te has dormido todavía? —lo reprendí.

—No —contestó con indiferencia—, pero tú tampoco.

—Oye, niño, eso es porque yo estoy a cargo.

Ignoró mi comentario para centrar su atención en uno de los últimos espacios del rompecabezas.

—Lukas —lo llamé con firmeza—, deja eso ya y ven a la cama.

—Tengo que acabarlo —refunfuñó con frustración.

—Puedes hacerlo mañana, ¿de acuerdo? Te prometo que las piezas no cambiarán de sitio.

—Ya casi acabo.

—Es una orden —insistí.

—Ya casi acabo —repitió, como si aquello debiera ser suficiente para hacerme cambiar de opinión—, al oso todavía le falta su carita.

¿La peor parte? Sabía con precisión que no se movería de aquel sitio hasta ver que la figura estuviera terminada, de allí que tuviera que conformarme con la idea de bajar de la cama.

—Bien —accedí—, pero nos iremos a dormir en cuanto tenga su carita completa.

—Vale.

Me tomé un momento para frotarme los ojos al tiempo que me acuclillaba a su lado con cierta desgana.

Mi tiempo es inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora