Capítulo 19: 8 de septiembre de 2004

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Cuando digo que mis sentimientos comienzan a ser un verdadero obstáculo para soportar los días en esta realidad cruel, es justamente porque creo que no hay manera de lidiar con el nuevo Lukas sin que un cambio de emociones esté implicado de por medio... Está bien, tampoco es tan espantoso como imaginé que sería. De hecho, ahora puedo declarar que confío en él, aun cuando las circunstancias del momento me lleven a creer que cambiar de opinión sería una alternativa más sensata. No es un mal chico, quiero decir, ¿cómo podría serlo? Sin importar las cualidades que el onceavo parece personificar, es obvio que continúa tratándose del mismo Lukas.

Lo cierto es que, de algún modo u otro, me recuerda demasiado a su versión original. Quizás porque, estando a su lado, mentir me resulta un hito cada vez más complejo. Tragarme las palabras y verme en la obligación de negarle verdades que prefiero esconder es una exigencia difícil de sobrellevar. A veces, simplemente me gustaría tirar todo por la borda; poder ofrecerle alguna clase de explicación y no tener problemas para confesarle todo lo que en realidad pasa por mi cabeza... Ja, ¡cómo si eso fuera posible! Sé cuál es mi lugar, y también sé que ser sincera con él solo empeoraría las cosas en cientos de sentidos.

—¿Por qué tenemos que hacer todo lo que tú mandes? —esa era la cuarta vez en el día que Lukas alzaba la voz en medio del salón de clases—. No necesitamos hacer tantas planas para memorizar una simple lista de treinta palabras —resopló—. La repetición mecánica de información puede limitar la capacidad de los estudiantes para retener y comprender realmente el contenido, ¿acaso lo sabía, niña profesora?

Es justo lo que estás pensado: el onceavo parecía tener una extraña fascinación por avergonzarme y llevarme la contraria, en especial ahora que su edad justificaba su asistencia al sexto grado y, por ende, a mi curso de italiano. ¿No crees que eso era lo bastante desafortunado para fastidiar a cualquiera? Día tras día, sus esfuerzos estaban destinados a hacerme enfadar, y era también la razón por la que llevaba varias semanas tomándolo por un chico de actitudes rebeldes y de preguntas irritantes.

Nota aclaratoria: si a nadie en este colegio parece importarle el crecimiento acelerado de Lukas, es solo porque no para muchos ha resultado perceptible. Los alumnos de primero y segundo comparten algunas clases juntos, así como los de tercero con los del cuarto grado y los del quinto con los del sexto; fuera de eso, los estudiantes de los diferentes grupos no suelen encontrarse muy a menudo. El caso con los profesores es similar, pues cada salón cuenta con un instructor asignado que difícilmente cambia de clase. El único aquí que posee la información completa se trata del director Anton, un hombre por cuya discreción estaba más que agradecida. Desde aquel primer día en su despacho, ha sido él quien se ha preocupado por actualizar el registro de Lukas y quien, además de todo, aparenta no tener ningún tipo de inconveniente con su constante reubicación de grupo.

—Háblame con más respeto —increpé—, soy tu maestra. —No le di el gusto de mirarlo a la cara y continué anotando los vocabularios nuevos sobre la pizarra—. Además, hay quienes hacer planas sí les ayuda a memorizar los contenidos.

—Ni siquiera tiene caso seguirte las órdenes cuando, para empezar, tu edad es prácticamente la misma que la nuestra.

Con esa última oración, consiguió capturar el interés de algunos de sus compañeros.

—Soy tres años mayor —especifiqué mientras fingía que necesitaba aclarar mi garganta—. Completa las planas y ya está, ¿de acuerdo? Si no te convences de guardar silencio, tendré que restarle algunos puntos a tu nota final.

Se recostó sobre el respaldo de la silla y cerró su cuaderno de actividades con cierta apatía.

—¿Y ustedes? —dirigí la voz hacia el resto de los estudiantes—. ¿También quieren un par de puntos menos o qué?

Mi tiempo es inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora