Capítulo 20: 29 de septiembre de 2004

1.1K 104 324
                                    

Parte I

8.45 a.m. No tienes idea de cuánto odio los límites de tiempo. Una hora final, una sola oportunidad, una jugada donde todo llega a su fin... Es como contar con una única flecha y estar obligada a dar en el blanco. Sabes a lo que me refiero, ¿no? Hablo de esos momentos decisivos, donde no hay espacio para fallas ni para errores, donde vacilar no está permitido ni mucho menos concederte unos segundos para pensar en tus opciones. Es todo o nada. Es el instante antes de la victoria o el instante antes de la derrota y, quizá, la peor parte no es saber que se trata del final, sino recordar que no tienes ni la menor noción de lo que ocurrirá una vez todo haya terminado.

Estaba ansiosa, me sentía con las piernas débiles y con un nudo en la garganta. Mi cordura estaba al borde del colapso y mi mente estaba tan angustiada por el futuro que lo único que podía hacer era continuar repitiéndome las mismas tres preguntas: ¿qué pasará si no lo consigo?, ¿cómo rayos haría para lidiar con la culpa si, al final, era solo por mí que la vida de Lukas no volvía a ser como antes?, ¿cómo soportaría perder a la única persona que, durante meses, había luchado hasta el cansancio por recuperar?

—Por todos los cielos, ¡te dije que no te alejaras!

—Perdón, perdón. —Se apresuró a regresar a mi lado, apartando la vista de aquella vitrina de postres—. Recuerda que no he desayunado nada, Yvonne.

Lo sujeté del brazo para mirarle el reloj de muñeca.

«8.45 de la mañana»

—Rayos, ¡lo olvidé por completo! —me lamenté, frustrada—. Lo siento mucho, Lukas, no me había dado cuenta de la hora.

—Perdonarte sería mucho más fácil si estuvieras usando algún tipo de postre como chantaje —sugirió él—. Tal vez un panqué de chocolate amargo o un pan de canela con helado de... No, espera, ¡ya sé! —exclamó mientras juntaba ambas manos—. Fresas con crema chantilly sobre una rebanada de pastel de queso.

—Tienes hambre, ya entendí. —Entorné los ojos—. Pero si paramos en alguna cafetería, tendrás que prometerme que comerás lo más rápido que puedas.

El tiempo se agotaba y era consciente de que no había forma de ponerlo en pausa. Las pocas horas que todavía me quedaban antes del amanecer del 30 de septiembre parecían un chiste comparadas con la idea de perder a mi compañero. Por eso me obligaba a mí misma a recorrer las calles de Frankfurt aún sin contar siquiera con una pista acerca del paradero del doceavo.

El medallón puede llegar a ser demasiado cínico cuando así se lo propone. Tan solo échele un vistazo al verso que la "amable y piadosa" reliquia optó por dejar a su guardiana como muestra de su leal afecto:

💢 El fin llegará a ti 💢

Sin ubicación, sin metáforas, sin acertijos escondidos. Cinco simples palabras que, a mi parecer, no significaban absolutamente nada. Vamos, ¿qué clase de desafío era ese? ¿Una broma de mal gusto?

—Vale, lo prometo. —Lukas me dedicó una media sonrisa, entusiasmado con la idea de recibir un postre como desayuno—. No tengo ningún problema con eso.

Si su alegría no se había extinguido todavía, era solo porque desconocía todo aquello que en realidad pasaba por mi cabeza. Me restaban menos de 24 horas para resolver el último desafío o, de lo contrario, el plazo de un año llegaría a su fin y las circunstancias comenzarían a adquirir tintes de verdadera catástrofe.

9.06 a.m. La estación central de Frankfurt es un lugar excelente para encontrar comida sin perder ni un solo segundo de tu tiempo. Además, avanzar a toda prisa por los pasillos laterales es de lo más normal por aquí, de modo que correr el riesgo de incomodar a alguien con la rapidez de mis pasos tampoco estaba dentro de las posibilidades.

Mi tiempo es inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora