Advertencias: Un poco de lemon y muerte de personajes.
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Caminaba erguido y en línea recta a través del vagón comedor, muy relajado y con la mirada siempre en alto, como usualmente lo haría en cualquier lugar al que visitaba. Su fino traje a rayas hacia juego con su costoso sombrero fedora gris, no pasando desapercibidos por las miradas de los mejores conocedores que, curiosos, no podían evitar clavar sus ojos sobre su menuda figura y murmurar cumplidos sobre su apariencia en los oídos de sus acompañantes.
Y lo cierto era que su simple presencia llamaba mucho la atención. Quizá era por la manera en que sus caderas se movían con cada paso que daba; tal vez se debía al modo en que su pequeña musculatura contrastaba con la estatura de sus guardaespaldas, quienes fungían como fieles sombras detrás de sí; o por la forma en que saludaba a todo aquel que le sostuviese la mirada, devolviéndoles una animada y radiante sonrisa en respuesta y un ligero movimiento de su diestra.
No había alma que no cediera ante las expresiones que en su rostro se dibujaban, mucho menos había alguien que pudiese interpretar todas aquellas intenciones que se ocultaban detrás de las más hermosas facciones que Byun Baekhyun poseía.
El diablo tiene rostro de ángel.
Baekhyun era todo sonrisas ladinas y emociones encontradas cada que recordaba aquella frase. En su corta vida había visto infinidad de sentimientos marcados en una cantidad exuberante de rostros. El cielo era placer, excitación, eran gemidos amortiguados por lenguas traviesas que invadían bocas ajenas; a diferencia del infierno, cuyo concepto se limitaba a dolor, miedo, y voces entrecortadas clamando piedad, siendo ahogadas por cañones de armas rencorosos que dictaminaban el juicio y la sentencia de todo aquel que sobrepasara su confianza.
Después de todo, para Baekhyun el mundo de la mafia se resumía en tres cosas muy sencillas de comprender: confianza, lealtad y cuentas claras; lástima que no todos supieran ganarse la primera, jurar la segunda y mantener la tercera.
Baekhyun sonrió a una última persona, entre tanto detenía su andar y se cruzaba de brazos frente a la mesa para cuatro que Chanyeol y sus hombres ocupaban.
—Que afortunado soy de volver a encontrarme con usted, Señor Park — aseguró examinando de pies a cabeza al aludido, era una peculiar costumbre que no abandonaba —. Aunque eventualmente, estoy seguro de que nuestros caminos se cruzarían. ¿No me invitará a tomar asiento?