Capítulo 11

6.7K 484 3
                                    

—Soy una tonta, soy una verdadera tonta... ¡No puede ser!

Compartí una mirada con la chica frente a mí, sin saber realmente qué hacer o decir para animar a la pelinegra que se lamentaba a nuestro lado. Pensaba que Caitlin tal vez podría ayudar, pero ella parecía estar en la misma situación que yo. Por otro lado, Emma parecía muy segura de haber reprobado el curso, y con cada minuto que pasaba se lamentaba aún más de haberse quedado dormida y no prestar atención en ese tema que se convertiría en examen sorpresa unos días más tarde.

Bueno, la verdad no podía culparla por estar así. Yo también estaría preocupada si me ocurriera eso...

—Tranquila, Emma, seguro no es tan grave. Dudo mucho que un examen te haga reprobar todo el curso —Finalmente, Marcus, nuestro compañero de matemáticas y nuevo amigo, decidió intervenir, restándole importancia al asunto.

—¿Tú crees? —preguntó vacilante, pero con un ligero destello de esperanza iluminándole los ojos.

Marcus no dijo nada, en su lugar movió la cabeza en un firme asentimiento, y fue Janet la que terminó de confirmarlo.

—Está claro que la calificación que saques en ese examen le afectará a la que tendrás al finalizar del curso, pero de todos modos no creo que sea para tanto.

Emma soltó un suspiro lleno de alivio justo antes de abalanzarse sobre la mesa para poder abrazar de alguna manera a Marcus y Janet. Ambos estaban justo frente a ella, cosa que les favoreció ya que la mesa no era demasiado grande.

—Ustedes son los mejores —habló la pelinegra, luciendo mucho mejor entonces.

Por mi parte, sonreí sin poder evitarlo al ver la escena, y reí al notar la incomodidad de los dos chicos con el intento de abrazo de Emma. Ninguno de los dos era muy demostrativo, así que eso no me parecía para nada extraño.

A decir verdad, ambos eran muy buenas personas, muy inteligentes y agradables. Nosotras apenas los estábamos conociendo a los dos, pero a mí ya habían conseguido agradarme.


Finalmente, cuando la angustia y negatividad de mi amiga quedaron por completo en el olvido, en la mesa se inició una conversación dónde todos participaban y parecían muy relajados, cómodos. Eso solo conseguí notarlo porque luego, de manera repentina, todo cambió. De repente el ambiente se tornó pesado, tenso, y no fui capaz de entenderlo hasta que lo sentí.

Sentí su presencia llenarlo todo y la forma en la que la misma afectó el ánimo de nuestros nuevos amigos. Sentí dos corazones bombear sangre con más fuerza, y sentimientos intensos y abrumadores corrieron por sus venas y llenaron sus cabezas de voces y recuerdos.

Voces que trajeron más. Y recuerdos que hicieron eco, y empezaron a taladrar mi cabeza.

¿Por qué?

—¿Bleer?

Cerré mis ojos con fuerza, cubriéndolos además con la palma de mi mano. Con mis dedos, intenté masajear un poco mis sienes, deseando tontamente aliviar con eso algo del dolor que empezaba a molestarme.

¿Por qué estaba pasando eso?

Escuchaba voces. Voces y más voces.

—¿Estás bien?

Dolía. Me abrumaba, y no eran las voces, sino lo que decían, lo que transmitían. Desesperación y miedo, mucho miedo.

Y todo por él.

Pero ¿por qué? ¿Por qué le temían a él? ¿Y por qué sus emociones me afectaban de aquella manera? Se sentía horrible.

En algún momento, ante mi silencio, Caitlin quiso acercarse, intentó llegar a mí; lo escuché, lo sentí, y mi mano atajó la suya antes que pudiera siquiera tocarme. Fue un movimiento brusco, tan inesperado que consiguió que mi amiga diera un respingo por el susto.

—Estoy bien, Cait —aseguré entonces con voz calmada, alejando mi mano de mis ojos para poder mirarla—, solo me está doliendo un poco la cabeza —le resté importancia, agregándole a mis palabras una pequeña sonrisa. Quise disimular lo sucedido de alguna manera, pero ya era tarde.

Incredulidad pura ví destellar en los ojos de Cait por unos segundos en los que no pudo apartar la mirada. Luego, su mirada se desvió justo a ese lugar donde mi mano sostenía la suya y eso hizo que la soltara casi al instante, cayendo realmente en cuenta de lo que había pasado.

No había forma de que yo, siendo una persona normal, hubiese podido hacer eso, y aún así había ocurrido: había detenido la mano de Caitlin a medio camino de llegar a mí, con los ojos cerrados por completo y sin tener posibilidad de saber que ella haría tal cosa. Eso era lo que Caitlin sabía, y lo mismo que la hacía mirarme de esa manera.

Aunque eso tampoco duró mucho.

—Yo... creo que tengo unos analgésicos en mi bolso —dijo entonces vacilante, como quien quiere cortar de tajo con una determinada situación.

Su atención se desvió en esos momentos y la vi buscar algo dentro de su bolso con movimientos distraídos. Una de sus cejas se mantenía fruncida, y mordía ligeramente su labio inferior, en un gesto ansioso que solo la veía hacer cuando algo le inquietaba.

—Toma —extendió un par de pastillas en mi dirección e intentó dedicarme una pequeña sonrisa, aunque el filo de duda que danzó entre sus comisuras cuando lo hizo no me pasó desapercibido.

Ahora debía pensar en una buena explicación para lo que había hecho. Aunque, definitivamente, primero debía salir de allí o todas esas voces que sonaban en mi cabeza acabarían enloqueciéndome.



~•~




Emma estaba rara.

Demasiado rara.

El silencio anormal y el aire distraído con el que se mantenía la pelinegra a mi lado mientras conducía a casa me hacían sentir más allá de lo curiosa e inquieta.

Algo le pasaba, de eso estaba segura, pero ¿qué era? Emma no era de esas personas que solía estar en silencio por mucho tiempo, ella siempre tenía algo que decir o hacer, y era esa misma razón la que me hacía cuestionarme tantas cosas sobre su comportamiento.

Llevaba días así, rara, pensativa, como si algo le inquietara. Eso me tenía preocupada y quería ayudarla, pero no sabía cómo. Por más que le preguntaba, Emma insistía en que todo estaba bien, y por alguna extraña mis nuevas habilidades no me eran de ayuda cuando se trataba de su persona. Ser una vampiresa y poder hacer ciertas cosas que los humanos no, no servía de nada cuando se trataba de la pelinegra, pues todo era normal con ella. No sentía nada, no escuchaba nada, no pasaba nada.

Mis opciones se volvían cada vez más escasas.

Quería ayudarla, realmente deseaba hacerlo, pero no podría si ella no me dejaba. Pese al poco tiempo que llevábamos conociéndonos, Emma y yo tuvimos buena comunicación desde el principio, y era eso lo que más me hacía cuestionarme cosas, porque no entendía qué cosa tan grave podía estar afectándole como para que ni siquiera se atreviera a mencionar algo al respecto.

Fuese lo que fuese, por cómo estaba marchando todo, lo más seguro era que tendría que esperar a que ella misma quisiera contarme, o a que todo pasara y ya. Al parecer no tenía otra opción.

Reina VampíricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora