Capítulo 11

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Ya comenzaba a sentir la mirada de ambos sobre mí,

¿Debía pensármelo demasiado acaso?

—Tae.- Me miró de inmediato. —tienes espacio para mí en tu dormitorio?- Traté de no elevar demasiado el tono de voz y despertar al resto de los individuos debajo del mismo techo que nosotros.

Me miró entusiasmado, asintiendo frenéticamente. — ¡Sí! ¡Ven!- Salió rápidamente en dirección a un corredor a unos cinco metros de nosotros. —¡VEN, VEN!- Siguió chillando mientras daba saltitos frente a la puerta de lo que supuse sería su cuarto, antes de adentrarse en el mismo.

Yoongi me miró arqueando una de sus cejas, me removí incómoda. Su mirada no dejaba mis ojos, y me estaba comenzando a sentir incómoda.

—¿Qué?

Se mantuvo callado.

—¿Qué tanto miras?- Reiteré.

Me crucé de brazos, sintiendo la textura de la chaqueta de Tae contra mi piel desnuda.

—¿Quieres una toalla?- Ladeó su cabeza mientras ambos escuchábamos mi pelo goteando sobre las baldosas del hall de entrada.

Medité mi respuesta. —Seguro, no quiero empapar el cuarto de V.

Apretó su mandíbula asintiendo lentamente; caminó a un gabinete situado junto a un perchero. Abrió la puerta de madera y luego de tomar una toalla azul marino la lanzó en mi dirección. La tomé sorprendida por el repentino arrebato, azotó la puertita del gabinete.

—¿Te pasa algo?- Le miré desafiante, me correspondió con su fría mirada.

—¿Eh?

Apoyé todo mi peso sobre uno de mis pies, lo observé secando su cabello con una toalla blanca. Evadió mi mirada.

—Hace unos momentos no estabas tan cortante, Yoongi.

Entrecerró sus ojos, sacudió su cabello de una forma seductora.

Contrólate, ___, contrólate.

Mordisqueé mi labio.

—¿Vas a dejar de comerme con la mirada?

—¿Qué?

—Lo que oíste, niña.

La cabeza me ardió, apreté mi puño. —¿Niña?- Remarqué rabiosa.

—Niña.-Acentuó lentamente. Su mirada distante y retadora.

—No me digas así, tengo un nombre.

Resopló mirando a la distancia, sacudió su cabeza resignado. —Solo digo lo que eres, no es necesariamente un insulto dar cuenta de tu escasez de pecho...

Ardí de furia. Haciendo una pelota con la toalla se la aventé con toda la rabia del mundo en la cara.

Rubio imbécil.

Estampé mis pies fuertemente en el suelo en dirección al cuarto de Tae.

Algo golpeó fuertemente la parte posterior de mi cabeza. Me detuve en seco observando a mis pies la toalla color azul marino.

Apreté mis dientes girando mi cabeza hacia atrás.

—¿Qué?- Esta vez habló él.

La volví a tomar y ciegamente la aventé a algún lado.

Un gran estruendo.

Oops.

Tragué saliva observando los restos de un florero debajo de una mesita.

Le miré de costado.

—¿Qué esperas para limpiar lo que hiciste?- Siseó recostado contra un armario.- Hay algunas bolsas de plástico junto al paragüero.

Sin decir absolutamente nada, tomé una bolsa de donde me lo había indicado y corrí velozmente a la escena del crimen. Quería irme de allí lo antes posible.

No podía verlo a los ojos, literalmente.

ARG.

Torpemente junté cada pequeño trozo de vidrio dentro de la bolsa, cortándome en el proceso.

Escuché un suspiro de cansancio contra mi oreja. Me sobresalté, una mano helada tomó mi antebrazo dirigiéndome a una puerta frente al cuarto de Tae.

El baño.

—Lávate, la sangre me da asco.- Solicitó con neutralidad, evadiendo mi figura frente al espejo.

Bruscamente, arrojé algo de agua sobre unos pequeños cortes en la piel.

Me volví a sobresaltar.

—¿No se te puede pedir ni eso?- Resopló contra mi oreja, tomando mis manos debajo del chorro de agua. Tomó algo de jabón líquido a unos centímetros de la canilla. Lo esparció uniformemente sobre la piel lastimada y luego enjuagó pacientemente.

Su rostro neutral me provocaba escalofríos.

¿Por qué eres tan serio Yoongi? ¿Qué pasa contigo?

Sus labios rosado pálido estaban en una fina línea; sus párpados parecían casi cerrados desde el ángulo donde estaban, mirando debajo de nosotros.

¿Cómo a él estar despeinado se le puede ver tan bien?

Yo cuando no me peino parezco un animal salvaje.

—Deja de mirarme, ___, por favor.-Su voz sonó en un suplicio. Fruncí el entrecejo.

—¿Qué te pasa...?-Murmuré silenciosamente.

No me miró.

Se inclinó a un costado y abrió un pequeño gabinete. De un frasco de vidrio tomó unas banditas médicas.

—Tu mano. –Demandó inexpresivo.

Se la extendí dudosamente. La tomó entre sus manos, colocando las banditas en los lugares correspondientes, con una presión precisa y sin vacilación.

Me le quedé mirando, tan concentrado en su tarea.

No podía despegar mis ojos de él.

Me miró abruptamente, haciéndome exaltar.

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