Nieve y flechas

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Una semana después, las cámaras no han enfocado a Susan y a Johanna. Y eso me da miedo. Quedan nueve tributos, entre ellos: Susan, Johanna, Dylan, la chica del 1 (que ahora recuerdo se llama Gema), Titus (un tributo salvaje del distrito 6 al que le gusta comerse a sus víctimas) y cuatro personas más. Las apuestas no han variado mucho, solo que ahora Dylan está primero. Él y Gema siguen en una alianza. Son algo así como Mickey y Mallory Knox, unos locos asesinos responsables de la mitad de las muertes en la cornucopia. Por eso mismo el Capitolio los adora. Claro que hay que quitarle la parte romántica.

Después del incidente del pastelazo, las reuniones con los patrocinadores han sido aburridas. Siempre lo mismo: hablar con gente que ama los Juegos y que finge interés por Susan. Seguro ninguno está apostando por ella. Hipócritas. Finnick no ha llamado a Lucinda. Lo sé, porque ella sigue mirándolo desde lejos todas las tardes.

En cuanto a las noches, no he podido dormir ni una sola. Finnick y yo nos quedamos echados abrazados sin decir nada. Lo único que me tranquiliza es saber que está ahí conmigo.

Por fin he logrado ver mejor la arena. Al lado del bosque hay una gran montaña cubierta de nieve. Tenía razón, hace frío. Seguro que la casaca que les han dado mantiene el calor corporal. No sé si se han movido mucho, pero, por lo que vi el primer día, Susan y Johanna han decidido no acercarse mucho a esa zona. La mayoría de tributos están acumulados ahí, porque los árboles dan mejores oportunidades para ocultarse.

-Todo va bien- Finnick me toma la mano cuando paso por donde él está sentado después de caminar de un lado a otro por veinte minutos.

-No, cuando estás tranquilo los vigilantes buscan una manera de matarte. No creo que esté bien.

-Siéntate aquí conmigo- da palmaditas al costado del sillón.

-No puedo. Tengo que moverme, sino voy a explotar.

Finnick se pone de pie delante mío y me agarra de los hombros.

-Tranquila, mírame- me agarra el mentón y me hace mirarlo a los ojos- No pienses en eso.

-Es imposible dejar de hacerlo. Todas mis pesadillas son acerca de eso. La idea me persigue en todo momento.

Finnick me pega a él con un abrazo. Siempre puedo contar con él para oír algo reconfortante, pero supongo que hay momentos en los que se queda sin palabras. Con una mano acaricia mi cabeza y con la otra me abraza. No digo nada, solo me quedo ahí tranquila. Sé que nadie puede hacerme daño cuando me cuida.

-No quiero dejar de abrazarte, pero tenemos que bajar- susurra.

-Podemos llegar un poquito tarde- digo acomodándome en su hombro.

-No creo que se molesten por cinco minutos...

-¡Yo creo que sí!- regaña Zea- ¡Ya estamos retrasados! No podemos demorarnos más.

-Shhh- escucho a Finnick.

-¡No, no, no! Ni se te ocurra callarme, Odair. Los dos se me van a cambiar.

Luego de que Zea nos empuje a nuestros cuartos, nos alistamos para otro día con los patrocinadores. Los vestuarios han ido variando, pero siempre son sorprendentes. Finnick tenía razón: A los del Capitolio los atrae la ropa. Por suerte tenemos a Luberry y Dell de nuestro lado.

-Listo, listo, listo- sonríe Zea cuando nos ve- Tenemos que movernos rápido.

Bajamos con Amanda en el ascensor, a quien he visto pocas veces sobria en estos días. Creo que se llevaría bien con Haymitch, el mentor del distrito 12. No lo conozco, porque nunca está sobrio, aunque Finnick dice que es una buena persona dentro de todo.

Annie Cresta: Vida después de VencedoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora