Capítulo 19: ¡PERO BUENO!

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Recién hemos llegado a Luna Blanca. Otra vez estoy en el punto de partida, de nuevo en el lugar que tanto dolor he pasado, que tanto dolor me ha hecho.

Cuando llegamos a la mansión de Aiden, me disculpo con la excusa de que estoy cansada y con el suceso que viví en el camino, me creyeron y me dejaron descansar con la excusa de que al levantarme, vaya a hablar con Aiden y con Ana. No pude negarme.

Me encuentro en la habitación que Ana nombró como mía en esta casa. Me tumbo en la cama y cojo una de las almohadas para poder abrazarme a ella.

Las vivencias que viví en esta habitación me bombardean sin descanso. Y como no, aunque me juré no volver hacerlo, me permito soltar las lágrimas que he retenido en este tiempo. ¿Seré débil por permitirme llorar? No, sé que no.

Dicen que los que más callan, peor acaban. ¿Por qué? Porque cuando la procesión va por dentro, no te permites transmitir todo el dolor que acumulas, y llega un momento que te supera, llega un momento en el que es tanto que ves como te consume, como te destroza internamente. Y es entonces, sólo entonces, cuando te permites exteriorizarlo para intentar resurgir de tus cenizas.

Esta casa no hace más que recordarme a Ian, que por mucho que el destino haya unidos nuestros caminos, nosotros volvemos a alejarnos. Ahora entiendo que no sólo la distancia nos separaba, también lo hacíamos nosotros.

Mi pobre y maltrecho corazón se resquebraja un poco más. Siento como se contrae con cada pensamiento acerca de Ian, siento como se forma un nudo en mi estómago al recordarlo, siento una opresión en mi garganta que no deja entrar aire a mis pulmones. Mi cuerpo se siente pesado, mi mente se siente cerrada. Sólo puedo ver los rincones de esta casa y ver su figura tan esbelta en cada uno de ellos. Su sombra me persigue y yo cada vez me consumo más y más.

Me hago un ovillo en la cama, me aferro fuerte a la almohada y sollozo en silencio. Dejo salir todo el dolor acumulado desde el mismo momento en el que me enteré de que mi mate era Ian, pero sobre todo de que su corazón le pertenece a otra.

Ofú, me acaloro y me entra el sofoco. No puedo parar de llorar, el tortuoso recuerdo sigue ahí instalado pero ahora me encuentro mejor. Necesitaba esto, pero más necesito sacarlo de mi vida.

Estoy cansada de ponerme una máscara delante de la gente, estoy cansada de guardar en lo más profundo de mi alma todo el dolor que mi pequeño cuerpo acarrea, sólo quiero dejar de sonreír para tranquilizar a la gente, dejar de fingir que siento una felicidad que no hayo por ningún lado. Son demasiados los demonios que tengo conmigo como para encontrarla.

Mientras sigo sollozando débilmente sobre la almohada, oigo pasos en el exterior de la habitación y tres suaves golpes que piden permiso para entrar a mi cuarto. No respondo, no tengo fuerzas ni ganas, aún así la puerta es abierta y entra alguien sin un olor que pueda percibir.

El colchón se hunde anunciando que alguien se sentó detrás de mi espalda y con sólo la caricia que me dedican en mi hombro desnudo, sé de quién se trata.

-Ey, lo de chucho no lo dije para que acabarás así - Dice que una voz dulce y tierna.

Me giro lentamente e intento sonreír pero sólo consigo hacer una mueca.

- Vamos preciosa, nadie merece tus lágrimas. ¿Lo sabes, verdad? - Sigue acariciando mi brazo.

- ¿Cómo lo... - No termino la frase cuando su grave voz me interrumpe.

- Siempre lo sé todo, Yanira. No eres la única con dones guays, ¿sabías? - Ahora sí que suelto una risita.

- Lo sé. Gracias, chupasangre. - Le respondo con la voz ronca de tanto llorar.

Chris se levanta y cuando creo que se va a marchar, se desplaza hacia el otro extremo de la cama y se tumba a mi lado. Me giro para enfrentarlo a los ojos.

- No tienes por qué quedarte - Le digo susurrando.

- Quiero hacerlo. Cuando te dije que ya no estabas sola, no mentía. - Responde en un susurro como yo.

- Me alegra que seas un vampiro de palabra. - Mi respuesta le hace reír y ese sonido me llega al alma.

- Creo que la frase es "un hombre de palabra" - Me corrige con una sonrisa en los labios.

- Cierto, pero... ¿ Tú eres hombre o vampiro? - Le cuestiono.

- Ambos. - Responde con una linda sonrisa en su rostro.

- Sólo puedes ser uno - Insisto.

- Preciosa, bebo sangre pero también tengo hombría... Cuando quieras te la demuestro - Dice mientras guiña un ojo.

- ¡PERO BUENO! - Hago un mohín con la boca - Serás guarro.

- Si te escandalizas sólo con nombrarla, espérate a verla - Sigue insistiendo.

- NO... NO PUE... NO PUEDE SER VERDAD - Respondo entre risas.

- Al menos te hice sonreír, ¿no? - Me mira a lo ojos de una manera que mi alma se siente desnuda.

- Sí... Eso sí. - Me limito a responder.

Nos quedamos callados mirándonos. No hay nada que decir, estamos en un silencio cómodo. Ese tipo de silencios que te informan de que no estás sola pero que no tienen que ser rotos.

Chris levanta su mano derecha, me aparta un mechón de pelo rubio de la cara con tanta delicadeza que me hace estremecer. Cuando posa mi pelo tras la oreja, su mano no vuelve a su sitio sino que se instala en mi mejilla y con el dedo pulgar, hace círculos en ellas. Es tal la caricia que acerco más mi cara a su mano para que no pare.

La distancia que nos separa no son más que unos centímetros, pero cada vez es más pequeña, hasta el punto de que nuestras narices se tocan. Abro la boca por impulso y él también lo hace. Su aliento a menta inunda mis fosas nasales y es entonces, cuando cierro los ojos para dejarme llevar.

El dolor de un rechazoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora